01/09/2022
 Actualizado a 01/09/2022
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No me ha quedado más remedio que revisar los artículos que llevo escribiendo en La Nueva Crónica desde 2016. El motivo, ¡claro!, no viene al caso, pero, además de ser un coñazo porque son muchos, es, en cierta medida, muy reconfortante. Me doy cuenta de que antes uno era mucho más transgresor y desinhibido que ahora. Alguno de aquellos artículos era tan bestia que comprendo que el director, el bueno de Rubio, agarrara unos rebotes del copón con un servidor. También me he dado cuenta de que uno no debería meterse en camisa de once varas y que debería escribir de lo que conozco más de cerca; no salir de mi zona de confort, vamos: escribir de mi pueblo y de esta provincia, de sus lugares únicos, de la maravillosa gente que la habita, de sus productos, de su naturaleza, de lo hermosos que son la primavera y el otoño en nuestras tierras; pero no debo escribir de política, porque cojo carrera y desbarro en casi cada párrafo. En fin... que uno no debería significarse tanto en sus filias y sus fobias, porque, en caso de que la historia vuelva a repetirse (que no parece del todo improbable), un servidor iba a durar menos respirando que un caramelo a la puerta de un colegio. A ver, sé que a lo mejor estoy pecando de soberbia, porque aunque diga todas las burradas del mundo, aunque insulte a los políticos sin cortarme nada, al final resulta que me leen cuatro gatos y un perrito y que esta buena gente me lo perdona todo porque soy su amigo... Pero, por si acaso, tendré que andar más listo, no vaya a ser...

Estamos a las puertas del otoño, la estación más lograda en estas tierras. No es que hayamos hecho nada para merecerlo, la verdad, pero no hay como estar en el sitio adecuado. Si miráis un mapa físico de España, de esos que hay miles en Internet, os llamará la atención que en el noroeste lo verde comienza en Mansilla. De este pueblo para abajo todo es un secarral; del Esla para arriba, un vergel maravilloso. Pasaréis de ver unas manchas pequeñitas (cuatro árboles más contados), a observar como todo el espacio físico parece una alfombra enorme, de esas que no tienen fin. Son cientos de miles de chopos que lo colonizan. Después, más al norte, seguirán los robles y alguna encina, para llegar a las hayas, reinas y señoras de las montañas leonesas que continúan hasta Asturias, hasta Cantabria y hasta Galicia.

Como en septiembre hace un tiempo bárbaro, aprovechad para visitar estos lugares antes de que llegue el invierno y no podáis salir de casa. Una excursión a la ribera del Porma o a la de Esla, será algo que nunca olvidaréis y más en este año en el que, con la sequía, hasta la montaña parece un sitio yermo, triste y agotado. Si escogéis el Esla, tenéis que ver, sí o sí, sus monasterios, empezando por el de Gradefes y acabando con el de Villaverde de Sandoval. El de las monjas cistercienses de Gradefes merece mucho la pena verlo. Además, está a un paso del río (enorme a estas alturas de su singladura, y de sus miles de chopos, a los que observaréis cambiar el color de sus hojas, creando un contraste único entre las verdes y las amarillas que viven juntas en el mismo árbol. De aquí, por el camino del monte que también tiene su aquel, iréis a maravillaros con el de San Miguel de Escalada, en Valdabasta, joya única del mozárabe leonés; no sé que demonios pinta en ese pueblo, en esa comarca; es algo inesperado, como el salto de agua de Nocedo, como las Médulas en Orellán, como las Hoces, en Vegacervera. Además, no tardaréis ni una hora en verlo, porque es pequeñito y coqueto, como su hermano de Peñalba de Santiago o su prima, la ‘joyita’ de Celanova, allá en Orense.

Y llegaréis a la ya mentada Mansilla para descansar del camino, tomando unas cañas en los bares de la plaza del Grano, recomendando un servidor muy encarecidamente el primero, donde trabaja Rosa, una amiga que entiende un huevo de vinos, de sus maridajes, de sus películas pijas... Y comeréis, ¡como no!, en ‘la Curiosa’, que sólo por el nombre merece ser visitado. Si, como es el caso, además da de zampar una comida honesta muy bien hecha, el éxito es completo. Uno, cuando se dedicaba a esos menesteres, tuvo que aguantar como muchas veces los clientes me decían: «estuve comiendo dónde tú hermano. ¡Joder, qué bien lo hace!». Yo me hartaba de decirles que, legalmente, soy hijo único y que no veía yo a mi padre haciendo el cabra por los pueblos, pero no me creían: todos se reiteraban en que el dueño de ‘la Curiosa’ y una servidor éramos clavados. El día que lo conocí no le dije nada; eso sí, me reí mucho, porque, la verdad, hay que echarle una imaginación del copón para sacarnos el más leve parecido... por lo que solo seguía la gracia; al final, no se puede olvidar que «el cliente siempre tiene razón». ¡Ay, Jesús! Salud y anarquía.
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