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La jerarquía de la muerte

08/04/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Somos unos cínicos. Se nos llena la boca hablando de que todos los seres humanos somos iguales. Decimos que no existen diferencias en cuanto a religión, raza, sexo o lugar de procedencia. Verbalizamos todo ello a sabiendas de que es mentira.

La vida no vale igual en todas las partes del mundo, incluso existen muchos lugares en los que la vida no vale nada. Los sueños son los mismos en París que en Garissa, la despiadada crueldad de los asesinos es idéntica, pero nuestra sensibilidad está separada por un abismo dependiendo de dónde se produzca el suceso y cuál sea la categoría que le otorguemos a las víctimas.

A principios de año, tres terroristas asesinaron en París a 12 personas en la sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo. Las reacciones no se hicieron esperar. La comunidad internacional se movilizó inmediatamente, la prensa de todo el mundo dio cobertura al suceso y decenas de líderes internacionales se manifestaron por las calles de París. Unos cuantos tuvieron la desfachatez de presentarse allí a pesar de ser firmes detractores de cualquier comportamiento que proteja los derechos humanos.

Cuatro meses después, la organización islamista somalí Al Shabaab asesinaba en la universidad keniata de Garissa a 147 estudiantes. La noticia apenas ocupó durante dos días las portadas de los principales medios. Ningún líder internacional decidió ir a allí a manifestarse, incluso alguno llegó a confundir Kenia con Nigeria.

Todas las víctimas merecen el mismo respeto, pero parece que no es lo mismo defender la libertad de expresión en Europa que el derecho a estudiar en África. Seguramente sea un argumento demagógico y oportunista.

Dicen los expertos que existen dos aspectos fundamentales para explicar porqué nuestra sensibilidad es diferente: la proximidad y la facilidad para acceder a la información.

Nos interesa lo que pasa en nuestro país y en los de nuestro entorno. Y esa proximidad provoca mayor empatía. Quizás también nos preocupe que si pasa en París, Madrid o Londres algún día nos pueda tocar a nosotros. Kenia, Nigeria o Siria quedan muy lejos. Seguimos sin entender que un ataque yihadista, al margen de dónde se produzca, es una ataque a todos.

Nuestra solidaridad está revestida de una asquerosa doble moral, la que marca el poder y nuestro miedo a sentirnos frágiles. Según afirman los medios anglosajones, es la jerarquía de la muerte. Tal cual.

Como decía el otro día una viñeta: «Ha habido un atentado con 150 muertos. ¿Dónde? En Kenia. Ah, ¡qué susto!
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