23/03/2020
 Actualizado a 23/03/2020
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Lógicamente, ahora que estamos todo el día en casa, el 20% más o menos teletrabajando, no se nos va a colar nadie en la vivienda. Tampoco en la segunda residencia, vigilada por refugiados madrileños del Covid-19, ni la del pueblo, donde cualquier vehículo extranjero canta más que nunca y el visillo ya no es trinchera, sino mero adorno, como los yugos esos que cuelgan en los portales. Así va a ser complicado que los cacos o cualquier buscavidas invada el sagrado hogar. Difícil que nos ocurra como a Shimura, el meteorólogo de la novela ‘La intrusa’ (Salamandra), de Éric Faye, ser solitario y maniático cuya única ocupación era el trabajo. Por una rendija de sus microcosmo pulcro y simétrico se coló una pobre lagartija, una mujer tan noble como desafortunada, que solo buscaba refugio. La intromisión remueve más por dentro que por fuera a Shimura. Menos mal que no era muy de radio porque los machones anuncios de las alarmas le hubieran puesto el corazón comola ventanas del barrio ese de Burgos, que homenajea a los sanitarios, Pont Aeri mediante, con más coordinación que las campeonas de la sincronizada. Shimura no hubiera soportado ese barrio, como los de los visillos no soportan los intrusos en sus pueblos, ni nadie los soportamos en nuestra cueva.

O sí. A la vez que le hemos cerrado la puerta al coronavirus se la hemos abierto a otras amenazas. El viernes pasado, datos oficiales, los españoles consumieron una media de 300 minutos de televisión –mucho mejor los anuncios de alarmas de la radio–, el uso del móvil se ha disparado, que teniendo en cuenta de donde partía se puede considerar que ya está en Saturno, y en algunos hogares el papel higiénico ha tomado habitaciones enteras... Veo demasiadas rendijas en este confinamiento y temo que a mí también, como a Shimura, se me cuele una lagartija que no toque una silla, pero me desmonte por dentro. Aunque bueno, igual nos hace compañía.
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