La interesada leyenda que el régimen propagó

José Cabañas analiza los hechos ocurridos en Somiedo con las llamadas enfermeras mártires de Astorga basándose en fuentes muy diversas

José Cabañas
24/07/2022
 Actualizado a 24/07/2022
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Además de su cercanía a los familiares y allegados de las enfermeras astorganas, es posible que fueran también fuentes de Concha Espina en su relato (amén de varias causas de la justicia militar en los que los facciosos inculpan a algunos milicianos y milicianas participantes reales o supuestos en los sucesos de Somiedo) otros publicados a lo largo de 1937 por la prensa de los sublevados, como el testimonio de dos jóvenes de vacaciones en Pola de Somiedo en las fechas del copo del puerto que contemplaban la llegada a la villa de los milicianos y sus prisioneros, que el 19 de febrero mostraba el falangista y leonés diario Proa, según el cual, “vieron aquella mañana el paso de una caravana con la bandera nacional y cantando la Internacional en la que iban el comandante Berrocal, varios oficiales y soldados, el joven médico, y las tres enfermeras, una de ellas herida en un ojo. En la plaza del pueblo y con asistencia de mucha gente se llevaron a cabo los asesinatos. Los prisioneros denotaban la mayor tranquilidad. Al comandante lo mató una chica de 15 años, que dijo antes de ejecutarlo que estaba casada con un buen mozo que había perdido y tenía por eso la satisfacción de matar a otro buen mozo. Una vez fusilados, el comandante y varios más fueron quemados, a otros los enterraron. Todos murieron gritando ¡Arriba España!”, el artículo de La Luz de Astorga del 20 de abril sobre “cuatro muchachos supervivientes tras ser hechos prisioneros por los marxistas de Somiedo junto a varios falangistas y unas damas enfermeras, objeto estas de las mofas de milicianas rojas y víctimas de toda clase de excesos antes de que la muerte las librara de los suplicios”, o la narración que en La Gaceta Regional de Salamanca del 4 de julio hace “una joven que forzosamente presenció el horrendo asesinato de las enfermeras, quedando grabada en su memoria la serenidad con que una de ellas solicitó de sus verdugos lavarse y peinarse antes de ser fusilada, lo que ejecutó con una tranquilidad pasmosa, que también cuenta cómo después de fusiladas, una familia de Pola, a hurtadillas y aprovechándose de la algarabía producida, logró recoger unos mechones de cabello de las tres mártires para entregarlos como recuerdo, en su día, a sus familias, lo que les valió ser detenidas por el Comité, ignorando hasta la fecha cual ha sido su suerte”

Serían las causas militares aludidas las siguientes: el Sumario 523/38 contra Genaro Arias Herrero (iniciado a primeros de octubre de 1937), el Sumario 247/38 contra María Rodríguez y dos más (que se instruye en enero de 1938), y especialmente el Sumario 552/37contra Emilia Gómez González y cuatro más, en cuya sentencia de mediados del mismo mes se hallan buena parte de las supuestas (y parece que falsas) torturas y martirios que habrían hecho padecer a las enfermeras y que Concha Espina recogía, además de un último detalle, tan escabroso e irreal como los otros y que por alguna razón aquella omite: la pretendida profanación de sus restos mortales, pues se afirma que “antes de enterrarlas les colocaron encima los cadáveres de dos soldados de forma grosera”.

Parece ser, a la luz de lo que hoy conocemos, que otros fueron los hechos (en muy poco coincidentes con la interesada leyenda que el franquismo propagara) acontecidos aquellos días en el puerto de Somiedo, desde la tarde del 23 de agosto de 1936 en poder de las fuerzas nacionales sin que el contraataque republicano del 27 del mismo mes consiguiera arrebatárselo, y hasta las fechas de octubre con poca más actividad bélica que aquella. A la zona llegaban en septiembre multitudes de mineros del Bierzo y de Laciana escapando de sus pueblos ocupados por los sediciosos, y con los huidos desplazados –y con otros muchos luchadores por la República de las comarcas de Babia y Omaña– se van constituyendo diversos batallones, entre ellos el Asturias 242, también llamado Guerra Pardo, en el que estaban alistadas una docena de mujeres como aquellas milicianas, enfermeras unas, asignadas otras a su Plana Mayor, y realizando algunas más enlaces entre sus compañías (seis, que sumaban 788 combatientes, apuntan algunos). Contaba –según otros– la columna republicana en el frente de Somiedo al inicio de octubre con 738 efectivos (“730 milicianos, 7 soldados y un guardia de Asalto, siendo su armamento 257 fusiles, 2 ametralladoras, 250 bombas, 6 cajas de dinamita, 25 cajas de munición, 2 morteros y 10 escopetas”), formando parte de ellos el joven socialista bañezano Salvador Rúa González (uno de los que parten para Asturias al ser ocupada por los rebeldes La Bañeza) y su paisano Juan Cancelas del Río, vecino de León. Dos compañías de Infantería, dos escuadras –media sección– de ametralladoras y una de morteros, todas del Regimiento Burgos 31, y una escuadra de 32 falangistas guarnecían las posiciones sublevadas de Santa María del Puerto y su anexa de Vega de Viejos, 317 hombres en total (según otra fuente, 480 soldados –o 400– solo en Santa María del Puerto, sin contar los falangistas).
Al comenzar octubre, en la Asamblea Local de la Cruz Roja de Astorga (cuyas damas están presentes en la ciudad al menos desde 1927, cuando la visita de los reyes) se recibía la petición del comandante Berrocal, jefe de la avanzadilla de Somiedo, del envío de algunas enfermeras para atender en el hospitalillo montado en la misma casona sede de la Comandancia –en la que se sumarán aquellas a los mandos, el médico y el capellán, allí instalados– a los heridos y enfermos de aquel destacamento, siendo seis las señoritas astorganas que se ofrecieron para ello, por lo que se realizó un sorteo tocándoles ir a las tres ya señaladas, Pilar, Olga y Octavia, quienes partieron el día 18, con la idea en principio de ser relevadas por otras tres al cabo de una semana, aunque ya allí decidió el comandante (que en dos ocasiones solicitó prorrogar el servicio de las llegadas en el primer turno), y aceptaron ellas encantadas, que continuaran por un tiempo más en la posición, en la que afirma después alguna fuente que no existía hospital alguno, lo que motivará pasados los años dudas en varios investigadores sobre si las jóvenes eran en verdad enfermeras.

Como tales las presentan en El Pensamiento Astorgano el 17 de aquel mes en la nota que titulan “Enfermeras al frente” y en la que se dice: “Con destino al frente de Somiedo saldrán mañana, como damas enfermeras de la Cruz Roja, las distinguidas señoritas astorganas Pilín Gullón, Octavia Iglesias, y Olga Monteserín. Deseamos un feliz viaje a tan abnegadas señoritas”, y corrobora su condición de enfermeras voluntarias hijas de familias de la burguesía maragata otra de aquellas (la única que lo era profesional; a las demás las formaron con unos breves y acelerados cursos de primeros auxilios y enfermería iniciados a la mitad de agosto por decisión de los médicos Julio Fernández Matinot, otorrino y presidente de la Junta Diocesana de Acción Católica, y Fidel Jiménez Arias, forense y presidente de la Cruz Roja local), sustituida a última hora por una de las que después sería asesinada. Acompañadas por doña Pilar Yturriaga, madre de Pilar Gullón, por el doctor Julio Matinot y por Francisco Zamarreño y varios más (entre ellos otras varias enfermeras que deseaban conocer el hospitalillo), en sendos coches, requisado por la Cruz Roja el que conduce el médico –con quien viajan Octavia, Pilar y su madre— y el reconvertido en ambulancia que pilota el segundo, ocupado por Olga y los restantes, arriban a Santa María del Puerto al mediodía del mismo domingo 18, y tras asistir con las tropas a una solemne misa de campaña regresan los automóviles a Astorga y destinan a cada enfermera, a la primera compañía del tercer batallón a Octavia, a la primera del cuarto batallón (que manda el capitán José Nonide) a Pilar, y a Olga a la Plana Mayor, y les distribuyen los períodos de guardia.

El reparto de los turnos se había hecho en la Catedral, con bolas, resultando para el primero Olga Monteserín, Pilar Gullón y su hermana María del Carmen (Maca), a la que sustituye su prima Octavia Iglesias (sostiene otra versión). Para limar asperezas y excusarse con la madre de Pilar Gullón tras su protesta por las formas y la premura con que el día antes se ordenó desde la Cruz Roja astorgana por carta la partida de las enfermeras, dispuso Julio Matinot –delegado de la institución– el viaje y acompañarlas a Somiedo. Más tarde determinó el comandante prolongar la duración del primero “porque en aquel lugar no pasaba nada”, y estaba además muy satisfecho con la labor de las primeras enviadas, que también se sentían a gusto y satisfechas con tal decisión, que traslada a Astorga desde Somiedo el 26 de octubre José Aragón Escacena, secretario de la Cruz Roja local, que con el comandante Baltasar Chinchilla visitaba el día antes el destacamento, en el que también estaba destinado el alférez de complemento Isidoro Bosch Sánchez. Se habían hecho enfermeras voluntarias para ayudar en los dos hospitales de sangre astorganos, a los que pronto comenzaron a llegar –algunos por tren– heridos de los frentes de León
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