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La inquietud y el instinto

27/03/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Debo confesar al lector que escribo esto el martes, 21 de marzo, fecha de comienzo de la primavera y ‘día internacional de la poesía’ y que va destinado preferentemente a un público leonés. Primavera, León y Poesía. Tres ingredientes que, en principio, debieran suscitar un gran entusiasmo si se tiene en cuenta que es la nuestra una de las tierras más ricas en poetas y más adictas a las ensoñaciones de la primavera. Nos encontramos, pues, en tierra de poetas concelebrando su día. Y surgen las preguntas: ¿Todo aquel que da a la imprenta poemarios, es poeta verdaderamente? ¿Qué hay de los poetas sin premios? ¿No los merecen; no se presentan? ¿Y la crítica, es objetiva? ¿Qué hay del ego del poeta? ¿Cuál reúne posibilidades de ser reconocido al cabo de los siglos?

Pero, en esto como en todo, hay que hacer caso a los maestros. Y si aceptamos a Don Antonio Machado como uno de ellos y estudiamos su ‘Abel Martín’ donde él planta su sabiduría, vemos que nos advierte: «El poeta que no tenga muy marcado el acento temporal está más cerca de la lógica que de la lírica». ¡La lírica! En estos tiempos en los que se ha premiado con el Nobel a un poeta cantautor en los Estados Unidos, es un concepto que, para el gran público, puede quedar muy difuminado. En todo caso, pueden valer los dos conceptos opuestos: lógica y lirica.

Uno de nuestros grandes escritores leoneses vivos, Luis Mateo Díez, que comenzó como poeta en verso y continuó como poeta en prosa, cuenta de su último protagonista, todavía inédito, el comisario Urbina, que, al jubilarse por edad «perdió el instinto y encontró el alivio que proporciona el haberse liberado de la inquietud». Por este hilo, el de la inquietud, habría que tirar para desenredar la madeja. Pues la inquietud, que los sabios tienen principal motor de la poesía, llega un momento que estorba en tanto que oscurece la temporalidad; pues incita al poeta a hablar de asuntos intemporales, como el amor y la melancolía.

¿Importa, pues, no perder el instinto? Como el comisario Urbina, al que hemos de suponer un sabueso en sus buenos tiempos, al poeta acaso le convenga no perder de vista el tiempo en el que escribe para dar con sus intríngulis. ¿Realista? No. Temporal. Si el poema no lleva consigo el murmurar del tiempo en el que se ha escrito, mal. Murmurar que, casi siempre, se parece como una gota de agua a otra, al murmurar opaco de los siglos. «Mi voz apedreando las puertas de la muerte», dejó escrito Blas de Otero.
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