Imagen Juan María García Campal

¡La infamia, qué virus!

11/03/2020
 Actualizado a 11/03/2020
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Comprenderán que escribir para ser publicado el 11 de marzo no es cosa parecida a cualquiera otra semana, pues con solo ver la fecha retumban en corazón y mente, como simultáneo toque de difunto de mujeres, hombres y niños de dieciocho nacionalidades, los recuerdos de las muchas infamias de aquel aciago día de 2004; de aquella mañana de terror, muerte y caos, de estupor y dolor generalizado; de aquella media tarde (17:35 h) en que el gobierno del PP presidido por Aznar decidió comenzar a mentir sin más razón que su propio interés electoral (ya desde las 15 horas la policía «empezó a pensar en los islamistas. Desde luego, lo que se descartaba con absoluta certeza era la autoría de ETA»). Aún hoy sin perdón ni disculpa se glorían diciendo: España, patria, españoles. Y sin rubor alguno, proclives como son a toda amnesia. Vergonzante infamia. Vivir para ver… y no olvidar.

Si algo hay contagioso es la infamia. Se sabe de buena fuente –lo he afirmado yo mismo– que me gustan los amaneceres. Pero últimamente los encuentro fríos, por encima de lo que el calendario esperanza. Los siento más bien gélidos. Mejor, heladores me hieren. A mi querida o idealizada Europa se le ha sublevado el carcelero del sureste, la Turquía de Erdoğan. Y es que, como siempre, dineros mandan, y a la Unión Europea se le corre al menor envite el maquillaje de humanismo, de asunción y defensa de los derechos humanos universales y vuelve así a mostrar, crudamente, el que creía superado cierto rostro con sus originarias viruelas de carbón y acero. Negrura y dureza. Negrura voluntaria por cerrar sus mejores ojos. Dureza de voluntaria amnesia de sus mejores esencias. Terminado o cancelado el contrato de prestación de vergonzantes servicios de contención, ahora somos los propios europeos los que, bien mirando a las víctimas, bien fijando el objetivo y desviando la mirada, disparamos bombas de gas a los que primero huyeron de la muerte en busca de vida y ahora son expulsados de los campos de concentración que eufemísticamente llamamos de refugiados. Vergüenza de infamia.

Sí, se contagia la infamia más rápida y vilmente que el Covid-19. Al sálvese quien pueda observado en la acumulación de mascarillas y geles se comienza a detectar la proliferación de desalmados y sinvergüenzas que se hacen pasar por personal sanitario enviado a testar el virus o desinfectar las viviendas para robar, principalmente, a personas mayores, las más vulnerables.

¡La infamia, qué virus!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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