27/01/2016
 Actualizado a 05/09/2017
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El tiempo es el ahora, la percepción del ahora. Cuando se acumulan los acontecimientos imprevistos, el tiempo se intensifica, acelera su ritmo. Sube la tensión, crece la incertidumbre, empieza a extenderse y a contagiarse el miedo a «lo que pueda suceder». Hablamos de momento histórico, de hora crucial. Ya ha llegado. Podrá durar diez años, pero ya hemos entrado en ese ahora convulso en que las tensiones subterráneas anuncian un choque tectónico o una eclosión de fuego. En contra de toda lógica, el anuncio del caos no ha dado paso a la responsabilidad de los más sensatos, sino a la ambición de los necios. Aunque parezca mentira, la hora de la verdad (la de la política) se ha convertido en la hora de los necios. Fatalidad hispánica.
Es difícil encontrar una hora en que tanto necio se haya encaramado a la cúspide acorazada de los partidos con el propósito de asaltar o mantener el poder. A mayor necedad, mayor obstinación. Hagamos un breve repaso. Dejemos a Mas y a su sucesor, un pastelero que no fue capaz de acabar ni Filología Catalana.

Ahí tenemos al líder del PP, que con la mayor mayoría absoluta imaginable, ni ha suavizado los problemas de la economía, del paro, de la desigualdad, del déficit y el estado del bienestar, ni ha hecho nada para frenar al independentismo secesionista. La última prueba de su vacua necedad ha sido esa conversación con el falso Puigdemont. Ya es grave que un presidente no tenga un filtro para saber quién le llama antes de ponerse al habla, pero peor aún que al oír el nombre de Puigdemont le entre una especie de euforia campechana y dicharachera, como si le llamara un un colega de toda la vida. ¡Que está hablando con un tipo que acaba de pasarse la Constitución por el Arco de Triunfo de Cataluña y le considera a usted un facha invasor! Pues nada, te llamo mañana y nos vemos cuando quieras, ‘President’.

Otro tal es el líder del PSOE. Éste ha entrado en pleno desvarío. ¿Quién ha dicho que un político no puede perder la cabeza? La egopatía no está reñida con la necedad, ni la estulticia con la soberbia. Lo malo de un delirante reconcentrado es que contagia a quienes tiene a su alrededor. Acabará con el PSOE si no lo retiran a tiempo.

Otro necio de tomo y tomillo es el caudillista de Podemos. Creerse muy listo, no siéndolo ni pareciéndolo, es patético, mucho más si el engreimiento se une a la cursilería y confunde astucia con inteligencia. Durante la campaña electoral se autonombró presidente mil veces, ahora se ha proclamado humildemente Vicepresidente, pero advirtiendo a Pedro Sánchez que quien le nombrará presidente es él, la sonrisa del destino. Petulancia y chulería. Neofalangismo.

Lo dicho y temido: es la hora de los necios, esa hora crítica marcada en el calendario hispano y que nos toca padecer irremediablemente cada cierto tiempo, como una maldición cíclica. Pero pasará. Afortunadamente, y más pronto que tarde, habrá nuevas elecciones y ya nada seguirá igual: o nos precipitamos al abismo guiados por los necios, o los arrojamos antes al vertedero.
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