La Historia nos observa, por Andrea Fernández

La diputada del PSOE por León analiza las fortalezas de la provincia tras la pandemia

Andrea Fernández
09/06/2020
 Actualizado a 09/06/2020
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Desde hace unas semanas España se enfrenta a la etapa más compleja de la gestión de la pandemia, la desescalada. Lo imbricado de este nuevo escenario responde a múltiples factores: la ponderación del riesgo, la relajación generalizada que trae la mejora de los datos a una sociedad sedienta de esperanza, la especificidad de cada territorio, la cogobernanza etc. Son cuestiones que han revestido de una tremenda dificultad el diseño de la salida escalonada de la crisis y, por ende, del Estado de Alarma que se decretó por primera vez hace ya más de dos meses. Pues bien, aún con todos los esfuerzos colectivos, políticos y sanitarios que estamos haciendo no tenemos la certeza de que el virus no pueda rebrotar; sería un grave error interiorizar que el final está asegurado, que en apenas unas semanas nuestras vidas volverán a ser como antes y que la política nacional puede volver a significar falta de entendimiento.

Certezas tenemos pocas, aunque hay una en la que el acuerdo parece unánime: hemos evitado que la pandemia desborde nuestra sanidad. En otras palabras, hemos frenado el colapso de nuestro sistema y podemos felicitarnos por ello porque el éxito ha sido colectivo. En primer lugar, porque los trabajadores de los hospitales (sanitarios y no sanitarios) han actuado con un arrojo, profesionalidad y humanidad que siempre tendremos que agradecer. Lógicamente, desde la política estaremos en la absoluta obligación de poner en agenda de forma primordial las reivindicaciones que llevan lanzando desde hace años. También es justo reconocer la labor cooperativa de prácticamente toda la sociedad, que ha aceptado con diligencia espartana la normativa que dictaba el Gobierno para salvar esta situación. No podemos olvidarnos de todas esas niñas y niños que han soportado estoicamente el encierro, de nuestros mayores, de la incertidumbre de los y las estudiantes así como un etcétera interminable que da buena cuenta de la grandeza de un país que es solidario y responsable por encima de todo lo demás.

Dicho lo cual, el instrumento que ha vertebrado la organización colectiva que nos ha permitido contener la situación más crítica que ha atravesado nuestro país desde la Guerra Civil ha sido el Estado de Alarma. Cuando nos referimos a esta figura constitucional volvemos a hablar de certezas porque, como digo, es la herramienta que nos ha permitido estructurar la estrategia para combatir al virus.

Sobre el Estado de Alarma se han escrito ríos de tinta durante estos días y, en concreto, grandes artículos divulgativos de enorme calidad, a favor y en contra. Me van a permitir que haga referencia al publicado en El País por nuestro paisano José Luis Rodríguez Zapatero: ‘La procedencia del estado de alarma’ porque creo que ilustra claramente la postura mayoritaria en el ámbito del Derecho. En esencia, destaco dos ideas: el articulo 116 de la Constitución Española recoge la figura jurídica, y la Ley Orgánica 4/1981 de 1 de junio de los estados de alarma, excepción y sitio regula en el artículo 4 los supuestos de su declaración haciendo referencia, literalmente, a la alteración de la normalidad por una crisis sanitaria. Este es el único precepto legal de nuestro Ordenamiento Jurídico que permite limitar la movilidad y, por lo tanto, confinar a la población.

Algunos políticos, paradójicamente los mismos que temen que este instrumento se convierta en una carta de naturaleza, claman porque estas restricciones se lleven a leyes ordinarias cuando precisamente sacar de la excepcionalidad esta regulación sí le restaría las garantías jurídicas que ofrece el hecho de que el Estado de Alarma deba circunscribirse al contexto extraordinario que lo motivó.

Como ya he comentado, es cierto que surgen, sanamente, muchos argumentos en torno a la adecuación de esta figura constitucional a la situación actual, sin embargo, estos debates no pueden convertirse en un pretexto para poner en juego la salud de todo un país. Reitero que este momento será crucial para el futuro de la pandemia; así lo vaticinó hace pocos días la directora de Salud Pública de la OMS (Organización Mundial de la Salud) que declaró que las posibilidades de un repunte en invierno podrían ser menores pero que dicho escenario está fiado en gran medida al éxito de los procesos de desescalada.

Teniendo en cuenta lo expuesto, no es justificable poner precio a los votos del Parlamento en estas circunstancias ni es ético diseñar tácticas personalistas sobre la salud pública: es el momento de anteponer responsabilidad a parecer e interés individual. Es el momento de primar la crítica constructiva (mucho menos sustanciosa a efectos mediáticos) a los jugosos cortes de video polémicos en la tribuna del Congreso de los Diputados que, aunque trufados de interacciones en redes sociales, tienen escaso valor político. Los sistemas de control de la democracia parlamentaria son amplios y ofrecerán espacios de análisis donde podremos valorar la labor de todas y cada una de las administraciones que han tenido responsabilidades en materia de decisión y gestión de esta terrible crisis. Habrá ocasión de hacer una crítica que podrá ser tan dura como sea necesaria.

Ahora es más que nunca el momento de la política, de las decisiones importantes, de la altura de miras. Por suerte, tenemos motivos para ser optimistas: la mesura del Ministro Illa, la entrega de la Ministra Díaz, la altura de miras del PSOE de Castilla y León apoyando el plan de reconstrucción de la Junta o el abandono de la cerrazón por parte de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados son ejemplos de ello que ojalá cundan. Desde luego, vivimos tiempos líquidos pero la Historia no lo es. Y la Historia nos situará para siempre en el lugar en que nos hayamos colocado.
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