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La hidra de muchas cabezas

14/07/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Una vez abatido y desollado el tiempo feroz de nuestros días comunes y envueltos en la nueva piel que nos protege de tareas, compromisos y accidentes varios, nuestro hércules prosaico se enfrenta a la tarea de escoger destino vacacional, esa hidra de múltiples cabezas. Si cortamos o desdeñamos una, muchas otras tomarán su puesto para amenazarnos con innumerables opciones, antes impresas en folletos de colorines, ahora alojadas en pantallas luminosas. ¿Cómo acertar el lugar idóneo donde hender nuestra lanza? ¿Cómo vencer ante la aparente infinidad de extremidades contra las que arremeter? El mito original no nos ayuda demasiado: enseña que una vez seccionadas las cabezas de la hidra de Lerna era preciso cauterizar las heridas para evitar el brote de otro par. Traducido a lenguaje cotidiano: se trataría de viajar a todos los lugares posibles para ir ‘quemándolos’, o sea, tachándolos de una lista asimismo innumerable. Pero apenas hay vida y, sobre todo, vacaciones, para tal proeza ente los mortales. Debemos escoger.

La extensión de estas líneas limita también nuestra selección, por lo que recurriremos al ejemplo, dejando de lado entornos prototípicos como playa y pueblo, objeto de futuras disquisiciones y hazañas. Vayamos con destinos con nombre propio, pero ejemplares, vayamos a Benidorm o a Venecia. Pese a las evidentes diferencias, muchos detalles los unen. A Venecia se llega con frecuencia en crucero, las blancas naves que revuelven el cieno de la laguna véneta y desovan gentío sobre las aceras roídas de la plaza de San Marcos y sus aledaños. Nunca más allá, nunca más tiempo del imprescindible para certificar pequeños pasos del hombre que son también pequeños para la humanidad. La visita típica a la ciudad del agua resume la carrera de obstáculos que caracteriza el turismo masivo. Venecia es un apeadero más, por excepcional que se suponga. Una cima: clavar la bandera y marcharse cuanto antes. El calmado llegar de las olas modestas levantadas por vaporetos y góndolas, la parsimonia viscontiana de sus campos y callejas sin salida, la pomparancia y campanuda de los dogos se torna galopada estresante por su epicentro gracias a las angustias del turismo de relevos. Otra hidra descabezada que genera dos más, porque así no se conoce Venecia, solo se desconoce.

Benidorm, sin embargo, se conoce en un ratito tan breve como corriente. Y pese a ello, las estancias aquí son más prolongadas. Otra hidra que sale viva del mandoble, esta vez por un simple filo embotado. O porque esta cabeza ha sido cortada tantas veces que del mismo cuello surgen incalculables repuestos. Resumiendo, que si una de las ventajas del cambio climático en ciernes consiste en que, con el ascenso del nivel del mar, Benidorm puede que desaparezca, resulta más probable que ese mismo y lánguido tsunami se lleve Venecia al fondo de nuestras melancolías histéricas. Vae victis!
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