31/07/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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He prometido tantas veces que no volvería a suceder, que me faltan palabras para hilvanar una excusa que mitigue estos despistes míos con los aparcamientos en las calles de León, ciudad donde nací y a la que, radiante de alegría, regreso varias veces al año, pero de la que abomino cuando regreso a Extemadura cargado de multas que ensombrecen los buenos momentos pasados entre ‘Húmedos’, ‘Catedrales’, ‘San Marcos’, ‘Barrios Románticos’ y ‘San Isidoros’. En Puente Castro no. Allí se respetan las normas innatas y naturales: si tú vas al bar de Mayra o al de Nani o al Moderno a tomar unas cañas, aparcas el coche donde dios manda, es decir, al lado del bar, y ese mismo dios sin mayúsculas te dice que no te preocupes, que ahí no molestas a nadie y, por tanto, tienes derecho a alternar con los amigos el tiempo que haga falta, precisamente por eso, porque no molestas a nadie, y que, si tienen güevos, que vengan los de la ORA a decirnos algo a los del Puente. Pero los de la ORA lo tienen claro: usted está en León, ciudad cuna del parlamentarismo, y necesitamos pasta para quién sabe qué, y además usted aparcó en ‘carga y descarga’ a las cuatro de la tarde, hora apropiada, digo yo, para los cargadores y descargadores que no duermen la siesta y que a las cuatro y cinco vieron tu Nissan gris aparcado precisamente donde se podía aparcar hasta las cuatro. Pero son las cuatro y cinco, y dicen que por ahí no pasan, habrase visto semejante atrevimiento, se va a enterar el del Nissan, y cataplum, la grúa, la multa, el taxi que me lleva hasta más allá de la plaza de toros, etece ecete (palíndromo de mi amigo Bayal). Podían haber esperado un rato, el que aprovechó Jabuto para pagar la última ronda en La Trébede. Jabuto, mira que te dije: estos de las multas no duermen la siesta, y como conocen de sobra mi coche le dice uno al otro o a la otra, ahí está ahí está la Puerta de Alcalá, el del Nissan gris.

El Nissan gris no molesta ni a dios, pero huele a regalo de cumpleaños, emana ese efluvio de 150 euros que los ‘manu laborant’ saben detectar a las cuatro de la tarde, la hora justa en la que se ofrecen a su disposición los que todavía disfrutan del ‘Café Torero’: Edu, Tacho, Jabuto y yo mismo. Jabuto, que no llego, que te lo digo yo, que los conozco, que ese afán recaudatorio del consistorio comienza precisamente ahí, a las cuatro en punto, en esta solanera que nadie carga ni descarga otra cosa que mi coche en su grúa. Y Jabuto, que no te preocupes, que a estas horas no se mueve ni una mosca.

Y en efecto, por más vueltas que doy, dubitativo, por San Marcelo buscando el lugar donde aparqué, no encuentro el Nissan. La suerte, pues, estaba echada. Esa prisa milimétrica de los cinco minutos que el incauto dejó en el olvido, le van a costar, ja ja, ciento cincuenta euros. El taxista que me acerca al cementerio de los vehículos mueve la cabeza a un lado y otro, no se exaspere, señor, estos lo tienen más que estudiado, si lo sabré yo, en cuanto lo vi acercarse me dije: ahí llega otro pardillo, uno más de los de ‘carga y descarga’. Claro, imagino que pensaba usted que quién va a descargar o a cargar con la que está cayendo, y además por qué, si su coche no molestaba a nadie, ¿verdad?

Y yo me imagino a los cuatro transeúntes que pasaron mientras se consumaba la fechoría y que, tal vez, llegaron a pensar si al tal vehículo Nissan gris no se lo llevarían para buscar algún indicio terrorista, puesto que hubiese bastado una notificación con su correspondiente multa, que, faltaría más, el propietario del vehículo habría aceptado de buen grado, pues lejos de mi intención, señoría, aparcar en cualquier sitio, mi coche no estorbaba ni la entrada de un garaje, ni paso de cebra alguno, aunque, eso sí, hay que comprender que a las cuatro de la tarde de este verano acalorado, la carga y descarga resulta fundamental, razón por la cual el vigilante se empeñó en reclamar a la central algo más que la multa que acababa de prender en el limpiaparabrís, es decir, un escarmiento para el intruso capaz de enfrentarse al enemigo consistorial: el armatoste funcional de la grúa.

Y luego, claro, voy al Puente y le cuento el cuento a los amigos, y el Pispajo, no me cuentes penas, chaval, cagüendios, si estaba mal aparcado, mal aparcado estaba, que es que vosotros os pasáis todo por el forro, así que apoquina y dentro de unos días me relatas la próxima, que yo creo que el Ayuntamiento está a punto de ponerte una estatua como contribuyente insigne al lado de Guzmán.

Y digo yo que si –cogido el tranquillo como tengo a la bicicleta estática en la que practico cada mañana en Badajoz– no me resultará más rentable la clásica de dos ruedas para transitar por León. Voy a enterarme cómo está ese asunto por aquí: de momento no veo que multen a los chavales que suben y bajan pedaleando entre el gentío por la calle Ancha. Se lo preguntaré a Juan, el Pispajo.
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