25/09/2021
 Actualizado a 25/09/2021
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Esta mañana se me ha atragantado el café (migado, como me gusta) cuando he leído que el expresidente catalán Carles Puigdemont ha sido detenido en pleno viaje ‘de eventos’ a Cerdeña.

Tras mucho reflexionar, le ha parecido que este era el mejor momento para animar la jarana independentista, tras la flexibilidad mostrada por este gobierno para con el nacionalismo catalán.

Además, en un alarde de creatividad, se le ha ocurrido viajar con su identidad y el mismo pelo que le caracteriza. Sólo le faltó llevar una camiseta con su nombre y un número, a modo futbolista.

Los italianos, en un alarde de innombrable astucia, le han captado por el método PNR (así lo decía el periódico) que consiste, ni más ni menos, que en mirar la lista de pasajeros. Allí mismo, entre un alemán y uno de Murcia, estaba Carles Puigdemont, en todo su esplendor.

Entre las reuniones y piscolabis organizados en Cerdeña, se le esperaba en el ‘Aplec Internacional Adifolk’ que aparte de sonar a cachondeo, es al nacionalismo lo que el PNL a los servicios de inteligencia del Mossad.

Según los medios, el independentista ha sido trincado nada más bajar del avión. Un momento vergonzante, no me lo nieguen, porque lo suyo habría sido una fuga en forma, con persecución de vehículos de alta gama y Cavalleria Rusticana sonando de fondo.

En estos momentos permanece retenido y por lo que intuyo, no está nada contento con el desenlace del fin de semana sardo.

El Tribunal Supremo está a la espera de la entrega de Puigdemont por la justicia italiana a la que ahora le toca actuar y darle vuelta y media a la orden europea, de modo que el telediario variará un poco y una vez más, se centrará en lo importante.

No obstante, que no se confíen en Cerdeña, ya que en la historia ha habido fugas muy evidentes, sin ir más allá, Los Urabeños escaparon en 2014 de una cárcel de Medellín, saliendo tranquilamente por la puerta principal de la cárcel y hasta varias horas después, nadie constató que se trataba de una fuga. El viejo truco de liarla en la cara del prójimo a quien se le supone la perspicacia de pensar que no seremos tan tontos como para hacer algo así. La otra modalidad, ya extrema, es el «no era yo», pero esta última raras veces funciona ante los tribunales.

Lo que extraña por estos lares, se me ocurre pensar, así, con café migado, es que no hayan volado a Cerdeña o a Milán, con billete exclusivamente de ida, los veinte vocales del Consejo General del Poder Judicial que deben de estar que bufan.
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