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La gran evasión del PP

27/02/2022
 Actualizado a 27/02/2022
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A últimos de 1963 se estrenaba en España la celebrada película ‘La gran evasión’, una cinta bélica inspirada en un hecho real durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Con un metraje cercano a las tres horas, narra la fuga –que, luego, no lo fue tanto y sería abortada– de unos prisioneros del bando aliado, hacinados en un campo de concentración nazi. Salvando el escenario y dándole la vuelta al guión, es lo que ha venido ocurriendo en el Partido Popular la última semana, mientras Pablo Casado se hundía, desangrado, en el lodo de una política errática.

Entretanto ocurría y a la espera de acontecimientos, toda esa jauría de protegidos y aduladores que lo rodeaba desde julio de 2018, fecha en que accedió al poder, no hacía otra cosa que loarle –en román paladino, hacerle la pelota–, por si el diablo y su tridente hiciese de las suyas y de lo anunciado nada de nada. Ya se sabe, la lealtad interesada y menesterosa. Sin embargo, y como estaba escrito con letra bien clarita, Casado cayó y las cañas se tornaron lanzas. Y todos, en coro y a la brava, se afanaron en exigir el relevo y en mostrarle la puerta de salida «por el bien del partido». Para mejor decirlo, echarlo a patadas. Escupirle. Una indignidad. Solo tres de los más cercanos al todavía presidente –aunque ya en el ‘corredor de la muerte’– han sabido estar a la altura. No han querido ser ‘del último que llega’.

Y parodiando al compañero José Antonio Llamas, que publica en este periódico su opinión los lunes, el cronista sabe que en el PP de las traiciones y las tropelías eso ha sido moneda de uso común. Hubo un tiempo en León –por aquella aún era Alianza Popular– donde un oscuro personaje de la más rancia derechona y de mirar ahumado, era un experto de las intrigas y las puñaladas traperas. Donde se posicionaba, allí estaba el poder. Lo olía. Nunca falló. Y le era igual de quien se tratara. Le traía al pairo. Siempre, prietas las filas, fue del último que iba llegando y jamás perdió pie. Lo mismo que ansían esos ganapanes de Génova 13 y otros satélites territoriales. Unos botarates.

Y en tiempos más recientes, que se lo pregunten al alcalde de Villaquilambre, el ingenuo de Manuel García, cuando quiso disputarle la presidencia de la organización leonesa a Javier Santiago Vélez. Respaldado –o eso creía el cándido de él– por tropecientos afiliados –alguno con exceso de pedigrí en el partido, y entiéndase bien el término– se lanzó a la aventura. Una filfa. Cuando sus valedores vieron que se volvía la tortilla, que la votación la ganaría Vélez, le dejaron tirado. Más solo que la una. Lo abandonaron en un desguace, cual chatarra inservible. Habían cambiado de chaqueta. En fin, nada nuevo en el PP.
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