La gran atalaya del Páramo

El Telagrajo es la gran atalaya del Páramo, con 1000 metros justos de altitud sobre Velilla de la Reina y Celadilla desde allí su puede ver "media provincia". Hasta allí nos lleva Gary Ferrero

Fulgencio Fernández
19/04/2021
 Actualizado a 19/04/2021
El pueblo de Celadilla ha recuperado la fuente de la Figal, un magnífico punto final con agua fresca | GARY FERRERO
El pueblo de Celadilla ha recuperado la fuente de la Figal, un magnífico punto final con agua fresca | GARY FERRERO
No se espanta Gary Ferrero cuando le preguntas si la palabra «enredabailes» ha sido creada pensando en gente como él. «Pensándolo bien un poco enredabailes sí soy; lo debo llevar en la sangre, de mi madre, Celerina y todas aquellas gentes de Celadilla, Llamas, Velilla, gentes de baile, de teatro, de tradiciones. Y estas cosas se maman».

Será así, pero Gary Ferrero es un enredabailes de manual en el mejor sentido de la palabra, de esos que se suman y animan todas las iniciativas: la semana cultural de su pueblo (Celadilla), el premio Peyre Vidal de contadores de historias, el premio de cuentos Prada a Tope, el carnaval, con los rabelistas y músicos de Introle como maestro de ceremonias... Y, lo que no es asunto menor, crea a su alrededor un buen ambiente que siempre anima a seguir.

Y Gary apuesta para acompañarnos a su rincón favorito por su tierra y por su memoria, por un espacio muy belloy cargado de recuerdos pues «solía hacer este recorrido acompañado de mi difunto padre, Sergio, por los que son instantes, sensaciones, flashes emocionales que hoy, con el paso inexorable del tiempo y de la ausencia, recobran un valor especial».- ¿Y cuál es el recorrido?- Desde la Fuente La Figal al Telagrajo; es decir, de Celadilla a Velilla y vuelta la burra al trigo.- Antes, recuerda a Sergio, tú padre.- Sergio siempre fue panadero. Nació siéndolo. Se podría decir que lo llevaba en sus genes. Aunque hizo sus pinitos en la agricultura y la ganadería, lo suyo siempre fueron los ‘furmientos’ y la masera. Nació en una tahona y ella fue su escuela, su instituto y su universidad. Desde niño tuvo la fortuna inmensa de aprender de los mayores que, en días de agua se reunían en la tahona y en la fragua -cuando no había bares- para contar y contarse historias y cuentines pero también secretos. Y recuerda Gary que con ese bagaje formativo, pues apenas fue a la escuela, se crió ‘Gines’ que era como le llamaban los clientes más cercanos. «Era panadero por tradición y por genética, me atrevería a decir. Dominaba y amaba ese noble arte, ese milagro real de convertir el trigo en pan, como nadie que haya conocido jamás. Pero ese oficio no dejaba de ser trabajo y, todo trabajo tiene algo de maldición bíblica. En este caso sería que unido a los otros trabajos y a las ocupaciones ineludibles de un padre de familia, apenas le dejaba tiempo para sus otras ‘profesiones’, éstas de fe, la de futbolista y ciclista. Así que, cuando pudo liberarse de buena parte de esas ataduras, decidió dedicar parte de su tiempo a recorrer, a lomos de su humildísima bici de montaña, los parajes donde sucedían las historias más excitantes que había oído a los paisanos en la tahona, que no eran otras que las que protagonizaban lo abundantes lobos que por entonces poblaban los montes cercanos».Y en esa humilde bici, u otra, nos propone Gary el viaje, la visita al Telagrajo. «Salíamos de Celadilla, buen punto de partida sería hoy la recién recuperada fuente de La Figal; rescatada del olvido, asfixiada por cantos, escombros y maleza pero que en la actualidad nos muestra un aspecto esplendoroso lista ya para la inauguración cuando la peste lo permita».

- Llama la atención el destino, tal vez la fuerza del nombre, el Telagrajo...
- Pues lo explico ya. El Telagrajo esgrajo y gallito a la vez, retando a su primo con ínfulas de dios romano y áureo, el Teleno. A su lado nuestro ‘teso’ más parece un perrito faldero pero tiene su encanto. Fue punto importante para comunicaciones a base de fuego y de señales de humo primero y luego del telégrafo. El Telagrajo, verde y negro, de encina y roble, y rojo de barro arcilloso. Alguien, en algún tiempo, osó profanar su anatomía amputándole toneladas de barro para tejereras y lo dejó con ese aspecto mellado que hoy nos ofrece.
- Bella historia para el nombre y ¿qué tenía el lugar para atraer a Gines y su bicicleta.
- El Telagrajo es la cota más alta de estos lares. Novecientos noventa y nueve metros ponían antaño los mapas topográficos. Con mediciones modernas más precisas la cifra se ha redondeado a mil metros, con lo cual les han evitado a los de Velilla reunir escombros y cascajos para recrecerlo. A veces la ciencia sirve para algo. Aquí el bosque se hace más espeso y vigoroso hasta que llegas a la cima pelada y mellada. Es la gran Atalaya del Páramo, con sus fieles escuderos el Cueto de San Miguel y el de Montejos. Vijías impertérritos de estas tierras no tan yermas como algunos se empeñan en decir y mucho más bellas de lo que su imagen colectiva proyecta.

Y señala y recuerda Ferrero uno de los grandes atractivos del lugar en una visita que recomienda en un día claro: «Desde aquí se divisa ‘media provincia’ y uno llega a sentirse, encaramado a estas alturas, como un águila perdicera. Se puede contemplar también a la verdadera reina de las montaña central leonesa, Peña Ubiña. Faro y guía de estas tierras parameras. Siempre presente, siempre blanca como la nieve que la adorna gran parte del año, y como su propia piedra. Majestuosa, como su perfil que se eleva sobre las praderas verdes de Babia para dejar extasiados a los que la contemplan. Fría, siempre fría y bufando afilados vientos, pero sanos, sobre los rostros duros de los parameses».

El Telagrajo, grajo y gallito a la vez, retando a su primo con ínfulas de dios romano y áureo, el Teleno. A su lado nuestro ‘teso’ más parece un perrito faldero pero tiene su encantoPara no hacernos muy larga la subida, que no lo es, sólo quiere Gary Ferrero apuntar algunos de los lugares que atravesamos, nombres que por sí mismos nos animan a conocerlos: «Dada la afición de mi padre por el fútbol es ineludible el campo de fútbol de La Boguera,donde tantas piedras quitara para poder jugar sus últimas pachanguitas, ya con sesenta años; la fuente de la Laguna Seca, un tubo ya oxidado y roto que proporciona un agua fresquísima; Las Fuentes, un auténtico oasis verde ‘in illo témpore’, hoy en día toda la terraza inferior, la que se observa desde este alto es un vergel gracias a la mágica influencia, o afluencia, de las aguas de Luna; allí mismo se asentaba hasta el siglo XVIII el pueblo de Villavillín o Villavelid, desaparecido por alguna de las pandemias de la época». Y del lugar... la leyenda: «Cuenta que cuando enterraron al último hombre, las tres paisanas que quedaban, acordaron ir una para cada pueblo de los más cercanos: Villadangos, Celadilla y Velilla. A la que tomó la decisión de ir a este última localidad se le torció el destino y la providencia divina quiso que descansara para siempre en estas lomas. Las propiedades de Villavillín quedaron así divididas entre Villadangos y Celadilla».

Hay mucho más que ver pero vayamos al Telagrajo, En este privilegiado espacio, con Gary y Gines, ‘empericotados’ en este privilegiado espacio.«Mi padre se imbuía de la evanescencia de los ángeles y a bordo de su bicicleta desplegaba unas alas imaginarias para planear la llanura en vuelo rasante sintiéndose libre… y grande. En un periquete, de dos batidas de alas se plantaba sobre Velilla literalmente». Velilla, punto de partida y de destino, pero con una parada obligatoria en el descenso. «No puedes pasar por aquí y dejar de internarte en la espesura verde y a tramos cenagosa de Los Llamargos. En estas épocas es como ponerse en medio de una orquesta de innumerables pájaros que trinando interpretan una inusitada sinfonía bajo la batuta misteriosa de un caos armónico e interminable. Un universo ornitológico y silvícola que te emboba si te dejas por su frondosidad y belleza. Un parque natural que se integra casi en el tejido urbano prácticamente, un privilegio de los velillenses a la puerta de casa. Bien haría el ayuntamiento en preservarlo y potenciarlo pues el trabajo de jardinería está hecho. Con una mínima intervención de limpieza y saneamiento de senderos y poca cosa más quedaría convertido en un parque envidiable por cualquier pueblo que se precie».

A tan solo cuatro kilómetros de Velilla, ahí al lado. «Se puede coger la Cañada de Roderas, por donde aun transitan algunos rebaños de ‘churras’ que probablemente sean más merinas que otra cosa y es que, sí, aquí las seguimos confundiendo algunos. Llegamos al caño de Celadilla bajando el Cutionín. Su agua es de las más finas que conozco, no dejes de probarla para compararla luego con la de la Fuente La Figal, principio y final de este recorrido marcado por la memoria de aquel panadero y ciclista que fue mi padre».

Es la ruta de Sergio, siempre fue panadero. Nació siéndolo. Lo suyo siempre fueron los ‘furmientos’ y la masera. Nació en una tahona y ella fue su escuela, su instituto y su universidadPero antes de llegar a la fuente de La Figal quiere Gary regalarnos otra de las numerosas historias que seguramente conoció de boca de su padre... o su madre. «Has de cruzar el Reguerón. Modesto arroyo, sin tan siquiera aspiraciones a riachuelo. Antaño se solía secar a finales de verano. Cuentan las crónicas apócrifas locales que un rapaz lo hizo navegable. Tomó una artesa de su abuelo, de aquella hechas de una pieza de castaño y se embarcó en la mayor epopeya naval que jamás haya tenido lugar en todo el Páramo. Surcó el Reguerón hasta confluir con el Órbigo entre Santa Marina y Villamor. Harto de remar con una pala de las del horno de leña, se durmió como un pequeño Moisés y apareció en Santa Cristina de la Polvorosa, allí varó en la orilla y unas amables operarias del sector amatorio de la hostelería en su día libre, le acogieron en su seno hasta que el orgulloso abuelo pudo localizarle y pasar por el bar de lucecitas donde lo mantenían alojado. Desde que es navegable y los de Velilla mean río arriba, al Reguerón lo llamamos Orinoco».

Ya es hora de llegar a la restauradafuente de la Figal. «ahora que se puede, te sorprenderán sus cualidades organolépticas, sin duda. Pasó décadas ahogada, asfixiada bajo escombros, cantos y maleza, y hoy muestra un aspecto esplendoroso, lista ya para cuando la pandemia permita una inauguración por todo lo alto».

Ya nos dio Gary un consejo para elegir el día, claro, también otro para llegar al destino: «Hacer coincidir tu llegada a Celadilla con la caída del sol. Descubrirás la figura estilizadísima de su torre espadaña, la más alta del contorno, con treinta y dos metros, apuntando al único destino cierto de todos los hombres y en el que nos ha precedido ya Sergio. Un hombre aferrado al ‘mejor rincón del mundo’ como le gustaba calificar a su pequeño universo en la esquina norte del Páramo leonés».
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