12/05/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Estamos en la época. Con el final de curso llega la celebración de las graduaciones. Hace unos años sólo se graduaban al licenciarse en la universidad. Ahora hacen la fiesta de graduación hasta en párvulos. En los institutos también se ha introducido esta fiesta en cuarto, al final de la ESO, pero la graduación por excelencia, es la de bachillerato porque es su despedida del instituto. Esta fiesta coincide con la mayoría de edad de estos alumnos, es su puesta de largo y el mejor momento de su vida. Elegantes, con vestidos y trajes de gala, joyería, manicura, maquillaje, peluquería… Nada que ver con los alumnos que conocíamos. También los padres, hermanos, abuelos y familiares van a juego con la elegancia del momento. Lo más parecido a una boda. El momento lo merece y no se escatima el gasto.

¿En qué consiste la graduación? El momento central es la entrega de un diploma para hacer un reconocimiento del esfuerzo realizado en los últimos años por estos alumnos que en ese día obtienen su Título de Graduado en Bachillerato. El minuto de gloria de cada alumno coincide con la pasarela para la recogida de ese diploma y queda grabado para siempre en fotos y vídeos.

El resto de la velada son los discursos. Es el momento de recordar: Han sido seis largos años caminando juntos en los que han compartido alegrías, tristezas, clases, excursiones, deporte, exámenes, amonestaciones, ilusiones y desilusiones, amores y desamores. En la fiesta de graduación se da una curiosa contradicción, una combinación de sentimientos de alegría y nostalgia: alegría porque han cumplido lo que se propusieron hace seis años y nostalgia porque a partir de ahora tomarán distintas direcciones en la vida y recorrerán el camino separados.

Reconozco la victoria y el éxito de los discursos de los alumnos, más aplaudidos siempre que el del director. Los alumnos hacen un recorrido por los seis años del instituto con un relato ameno, divertido, simpático, distraído y encantador. Utilizan la ironía y el sarcasmo para recordar a sus profesores. Con algunos son más mordaces e incisivos, con otros son más agradecidos y cariñosos. Ellos pretenden recordar lo más importante de este periodo con un lenguaje socarrón y fino pero sin herir a nadie y con la sonrisa y aplauso del público.

El discurso del director es siempre institucional, reflexivo, serio, solemne y formal pero más aburrido. Lleno de enhorabuenas a profesores, padres y alumnos. Recuerdos de acontecimientos importantes. Y siempre traté de darles algún consejo.

Yo creo que debemos proponernos dejar a los alumnos dos regalos duraderos: raíces y alas. Raíces para que sepan y no olviden nunca quiénes son, y de dónde vienen, a qué familia, historia, pueblo e instituto pertenecen; y alas para que, apoyándose en esas raíces, puedan volar. Raíces que dan firmeza y entidad, y alas que permitan volar libremente, pero con rumbo y con sentido.

Siempre terminé mi discurso con esta frase: «Muchachos, sed buenos y, sobre todo, sed felices».
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