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La generación marcada

29/07/2021
 Actualizado a 29/07/2021
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Era el también olímpico verano del 96. Bueno, quizá fuera el del 95 o tal vez el del 97. El caso es que estaba con los hocicos llenos de Frigopie en la terraza del bar de mis tíos cuando reparé por primera vez en aquella extraña cicatriz.

—Eva, ¿qué es esa marca?

Además de cuidarme, mi veinteañera prima tenía que atender a los clientes del bar y sobrellevar la resaca de la verbena de Robledo de la Guzpeña, de Taranilla o de donde hubiese procedido la noche anterior. Seguramente por ello, Eva no me dio mayores explicaciones sobre ese círculo que su camiseta de tirantes dejaba al descubierto en el brazo izquierdo:

—Es la marca de mi generación.

No entendí demasiado bien aquello pero, a medida que José Antonio, Mari Paz y el resto de los quintos de mi prima se fueron sentando en la terraza, caí en la cuenta de que todos tenían la misma señal y solo con el tiempo descubrí que ese antiestético tatuaje era producto de la vacuna de la viruela. Al igual que sus walkman y sus bolsas de Peta Zetas, esas marcas de quienes crecieron en los 70 y 80 fueron desapareciendo en las siguientes hornadas de jóvenes pero dejaron una impronta a flor de piel de pertenencia generacional.

Personalmente, siento cierta envidia de esa unión en base a determinados acontecimientos, objetos y tendencias que hermana a las generaciones anteriores al salto de lo analógico a lo digital. Un vínculo que moldeó promociones reconocibles tanto por sí mismas como por el resto y que parece que siempre ha costado más encontrar en los niños de los 90 y de los 2000. Sin embargo, ahora que la vacuna contra el Covid ha llegado a ellos, el enemigo común y el puteo al que los jóvenes se han visto sometidos actúan como argamasa entre individuos hasta ahora carentes de un desafío compartido.

Al menos, esa fue la sensación con la que salí hace unos días del Palacio de Congresos tras la vacunación masiva correspondiente a mi año. León es como es y, aunque muchos nos empeñásemos en disimularlo, en la cola nos conocíamos casi todos. Fue algo así como una reunión de antiguos alumnos a medio gas, una especie de quedada de quintos malavenida. Allí estaba ese camarero flipado del Húmedo, el que siempre te quitaba el sitio en los recreativos y, ¡joder!, la chica que te gustaba en tercero de la ESO tirando por un carrito de bebé. Retales de una generación que, aun sin cicatriz en el brazo izquierdo, también ha quedado marcada por esta vacuna. Una generación con ganas de recuperar los ratos perdidos, que mira de frente a su desafío compartido y que encara el futuro haciendo suya la frase de un poeta: ‘Somos el tiempo que nos queda’.
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