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La flema británica

12/11/2020
 Actualizado a 12/11/2020
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Vuelve la niebla a cegar mi ciudad de valle y río ancho y la recibo como una certeza acogedora en el primer año de la incertidumbre. Las calles entre nubes tocando suelo, el cielo solo a media tarde, y esta neblina húmeda y fría otrora perturbadora es hoy una confortable bufanda de la seguridad perdida. Al menos algo sigue siendo igual que antes. Valladolid es niebla en noviembre. Su espesor de primera hora, como un bostezo adormilado, oculta las mudas cafeterías cerradas, los carteles de ‘se alquila’ y las colas del ‘metro y medio’ que salen de las panaderías. Dibuja una fugaz sonrisa bajo la mascarilla creyendo, por un instante, habitar aquella ciudad que perdimos en marzo.

Con esta niebla plomiza de la meseta uno se imagina pasear por Londres con gabardina y sombrero. Con elegancia y puntualidad británica dobla las esquinas y da los buenos días con la exquisitez aristocrática de quién sigue con pasaporte de un imperio con reina y súbditos en las antípodas. Mantengo mi admiración por Londres a pesar de haberla perdido por los británicos. La última decepción es la encuesta que asegura que uno de cada tres lava las sábanas una vez al año y el dieciocho por ciento usa esta misma regla anual para echar a la colada los vaqueros. ¡Santo Cristo protestante lo que habría entonces en la moqueta de los B&B donde fuimos felices!

Puede que esta limpieza española que asumimos con el progreso del último medio siglo sea actitud prepotente de nuevo rico. No hay que lavarse tanto, aconsejarían los ingleses con superioridad de gran potencia que incluso se permite el lujo de renegar de un continente. Nos dijo Zapatero que nuestro sistema bancario era de ‘Champions’ y nos apaleó la crisis. Nos repitieron Rajoy y Sánchez que nuestra sanidad era la mejor del mundo y la pandemia le sacó las vergüenzas. Lavaremos por encima de nuestras posibilidades, pero me prefiero españolito y limpio. Ahora entiendo aquello de la flema británica.

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