La primera, ganadora en 2014 del prestigioso Prix de Lausanne, se incorporó a Covent Garden en 2017. Le han bastado cinco años para ascender a prima ballerina. Hasta ahora todos los papeles que interpretó eran secundarios: la hermana del príncipe en ‘El lago de los cisnes’, una amiga en ‘Romeo y Julieta’, un espectro en ‘Giselle’… así, la inocente Clara de ‘El cascanueces’ es su primera protagonista.
En cambio, Kaneko lleva en el Royal Ballet once años, en los que le ha dado tiempo a encarnar papeles de enjundia, como la Cenicienta de Ashton, la condesa de Mayerling o las principales heroínas de Chaikovski (Odette, Aurora). El coreógrafo Wayne McGregor creó el rol de Satán de The Dante Project específicamente para ella.
Cuando aterrizó en Londres, apenas cumplida la mayoría de edad, nunca había salido de Osaka. Pensó que solo se quedaría un curso, pero rápidamente fue promocionando hasta ser solista. Y todo a pesar de dos lesiones muy graves: una rotura de ligamento en cada rodilla, en dos temporadas consecutivas. «Algunos no se repondrían de eso», elogia Federico Bonelli, con quien bailó ‘El lago de los cisnes’. La crítica la adora por su técnica impoluta y su instinto dramático; se nota que lleva dentro la danza, que practica casi desde que aprendió a caminar. Ya con 12 años ganó un concurso en su ciudad, y en 2008 la medalla de oro del concurso de Varna.
El tercer gran nombre de este elenco es William Bracewell (1991), primer galés que consigue el estatus de bailarín principal en la compañía, hace pocos meses. Hijo de un jardinero, en su familia nadie bailaba; de hecho, lo animaron a que jugase al rugby. Para evitar que sus compañeros de clase se burlaran, él contaba que entrenaba karate en vez de ballet. Hasta que ingresó en la Royal Ballet School. Poco después, alzó el galardón a Joven bailarín británico (2008), al que seguiría el Premio Nacional de Danza (2015) y el debut como príncipe de ‘La bella durmiente’, ‘La cenicienta’ y ‘El lago de los cisnes’.

A diferencia de la mayoría de los ballets clásicos, demasiado largos y complejos de seguir, ‘El cascanueces’ parece concebido para toda la familia. Su breve duración –dos actos de 45 minutos cada uno– y su trama propia de cuento de hadas –adapta al poeta alemán E.T.A. Hoffmann– consiguen entretener a los más pequeños, pero es su música imborrable la que atrapa la atención. El genio ruso destacaba por su virtuosismo como orquestador y, sobre todo, por su habilidad innata para las melodías sentimentales, ingeniosas, elegantes, variadas. Esto se se refleja en pasajes como la danza china, la ‘Trepak’, el ‘Pas de Deux’, el ‘Vals de las Flores’… todas nos sonarán de bandas sonoras de cine, series de televisión, videojuegos o anuncios.
Parece mentira que ‘El cascanueces’, hoy un clásico, se estrellase en el estreno en 1892 en el Mariinski. Aunque ya su propia gestación fue accidentada: el compositor, que por contrato debía escribir a la vez la ópera ‘Iolanta’ para un programa doble, sufrió la muerte de su hermana y la ruptura con su mecenas. Por su parte, el veterano Marius Petipa enfermó y delegó la coreografía en su ayudante, Lev Ivanov. Quizá lo más meritorio fue que el pobre Piotr Ilich, pese a la depresión, lograse transmitir alegría contagiosa en su partitura. Murió sin saborear el éxito.