La fiebre del oro negro

Era el verano de 1943, un pobre hombre huye despavorido de Villafranca. Los unos le meten preso por nada, los otros se aprovechan de su ignorancia y le hacen barrendero y cuidador y otros más le amenazan de muerte si descubre sus robos…

Ramón Cela
08/07/2018
 Actualizado a 16/09/2019
El monte a veces se convierte en el único refugio...
El monte a veces se convierte en el único refugio...
Los animales asilvestrados nunca le van a causar ningún mal a quienes, como ellos, se sienten perseguidos sin una causa que lo justifique. Solamente el hombre es el enemigo del que es preciso huir, porque, con razón o sin ella disfruta haciendo el daño a quienes teniendo los mismos derechosde vida, se empeña en empequeñecer o quitar a quienes considera enemigos.

El hombre, aterrorizado, huía de unos y otros y, sin causar daño a nadie, se alimentaba con frutos y hortalizas que le ofrecía la montaña. A veces, como si de un perro se tratara, un pastor dejaba a su vista un pedazo de pan y en ocasiones la piel del tocino con algo de grasa. Más de una vez, se le vio amamantándose de una cabra o una vaca, porque al ser inofensivo y vestido con harapos en tiempos de hambruna, la solidaridad de las gentes de los pueblos fue tan grande que igual ayudaban a los huidos que a sus perseguidores, cuando estos desfallecidos solicitaban algo de comer.Así, este hombre, apellidado Soto, sin pedirlo y a escondidas, devoraba cuanto se acercaba a su boca hambrienta en la que, en ocasiones, pasaba más de un día sin masticar algo sólido.Así lo confesaba tiempo después, cuando la fortuna tuvo a bien cruzarse en su camino y llenar sus bolsillos de dinero que como otros cientos y hasta miles de hombres y mujeres tuvieron la dicha de poder conseguir a base de esfuerzo y notables sacrificios.

Vitorino,
que así se llamaba nuestro hombre, había trabajado en las minas de wolfram de los alemanes en Casaio ( Valdeorras –Orense). Conocía este mineral y se lo mostró a su hermano Valentino. Pronto, cientos y luego miles de aventureros se adentraron en las Montañas leonesas de La Peña del Seo, municipio de Corullón ypróximo a Villafranca, donde muchos se beneficiaron de aquel descubrimiento que hizo el que fue encarcelado por culpa de unos aprendices a falangistas que se empeñaron en decir que la carta en la que pedía ayuda a su padre para comer, era otra cosa. Fue encarcelado sin juicio y como si de un criminal se tratara.

Por compasión y sin trillarse los dedos, el alcalde de aquellos tiempos le sacó de la cárcel para convertirlo en barrendero municipal a cambio de unas pesetas para que pudiera comer, porque para dormir, tenía la cárcel. Que después, a falta de espacio, se convirtió en vigilante de una fábrica, que meses más tarde fue robada a punta de pistola que portaban los ladrones. Su locura transitoria nos lleva a al principio de la narración y éstaa lo que verdaderamente fue ‘La Fiebre del Oro Negro en el Bierzo’.

Después de los primeros aventureros comenzaron a llegar más y más a aquellas montañas que parecían inaccesibles, pero que pronto se fueron poblando de gentes que jugándose la vida, se colgaban de rocascon todo tipo de utensilios para extraer el preciado mineral. Unalto dirigente nazi dijo en una ocasión que el wolfram era como la sangre para los alemanes.

Las armashicieron acto de presencia y con ellas las organizaciones llamadas cuadrillas que como en el Oeste Americano hacían valer sus derechos a tenor de la cantidad de componentes y armas de que estaban compuestas. Eran como pequeñas organizaciones mafiosas, donde los grupos pequeños siempre llevaban las de perder.
Como también había que comer y los aldeanos, siempre fueron conservadores, nunca abandonaron ni sus humildes campos montañeros ni su ganado, lo que les permitió, en cierto modo, una tranquilidad alimentaria que no tenían otros que hasta allí se habían desplazado pensando que solo se trataba de recoger piedras y venderlas, sin más, al mejor postor. En aquellos tiempos pagaban más de veinte duros el kilo (cien pesetas) y unas pocas piedras, podían hacer que un aventurero ganara en un día lo que un ingeniero en un mes.

Llegó un momento en que todas las manos eran pocas para trabajar, bien en el campo, cuidando el ganado los más pequeños y las madres, lavando el mineral en el agua congelada por las heladas de aquella montaña que pasaba con demasiada frecuencia de bendita a maldita.

Las malditas rocas caían con frecuencia sobre aquellos que trabajaban más abajo y nadie pagaba ni por sus heridas ni por sus muertes y éstas eran tan frecuentes que todo se atribuía a la mala suerte. Mientras que la justiciase limitaba a certificar, «Muerte en descampado por traumatismo».

Así pasaron los crudos inviernos que en esas altitudes nunca llegaron a sentir losveranos y con ellos diez muertes, mientras que la de Vitorino y otro aventurero de Hornijapor aplastamiento de toneladas de rocas, no dejó de ser una mera anécdota que la ambición cegó al día siguiente, porque los mineros no tenían tiempo que perder y una o dos muertes más poco importaba en aquellos momentos donde era tan fácil morir de tuberculosiscomo en arriesgados trabajos y, después de todo, lo importante era sobrevivir….

Después vinieron otros tiempos en los que, al terminar las matanzas de la Segunda Guerra Mundial, los precios cayeron en picado, pero donde La Peña del Seo no dejó de ser toqueteada por aquellos seres hambrientos de dinero que, como cuervos, picoteaban aquellas rocas y filones que quedaban al descubierto, a la espera de que otra guerra les sacara de su miseria, algo que difícilmente podría suceder mientras los hombres no optaran por volverse a matar, como sucedió años más tarde con la Guerra de Corea y donde el preciado mineral tomo de nuevo un elevado auge. Se volvió a explotar el yacimiento, pero ahora de forma legal…porquea veces los útiles para la muerte, son legales.
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