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La fiebre amarilla

23/10/2019
 Actualizado a 23/10/2019
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Por un momento creí que había contraído esta enfermedad de tan amarillo como me vi, por la mañana, en el espejo. Tras la consulta de Google, pensé que sería otra cosa, pero el color lo llevaba y me sentía bastante mal. Una introspección me abrió los ojos y concluí que, la causa del color de mi cara, era reflejo de mi envidia. No cabía duda.

El primer motivo llegó del Norte, como las borrascas, y en forma de ceremonia de entrega de los ‘Premios Princesita de Asturias’. Con la presencia de personajes ilustres, de las letras, la cultura y otros valores como Peter Brook, Alejandro Portes, Lyndsey Voon y todo el Museo del Prado, por citar algunos. El Campoamor se viste de luces, y la ciudad se asoma a todos los escaparates del mundo.

El otro factor que desencadenó mi padecer, llegó por el Sur. El motivo, el Festival de Cine de Valladolid que, en sus inicios era de cine ‘Religioso y Valores Humanos’. La Seminci. Pero, con el paso del tiempo, estos epítetos se diluyeron y hoy diríamos, de valores mundanos. Porque en el cine –entre Currito de la Cruz y Hannibal Lecter– cabe todo: religión, crimen y castigo. La ciudad se ilumina cada año y se llena de glamour, con la presencia de estrellas que viajan del celuloide a la vida real.

Tanto en Oviedo, como en Valladolid los escenarios son dos clásicos teatros, el Campoamor y el Calderón. Podrían llevarlos a sus auditorios o al campo de fútbol. Pero cada cosa es para lo que es. Al menos en otras partes. Salvo aquí. Donde, a falta de teatros, todo va a parar al ‘cul de sac’ en que se ha convertido el Auditorio. La pena es que tenemos un teatro abandonado que podría competir con los mencionados. Pero habría que hacer un esfuerzo político, económico y de imaginación para que el telón se alzara, como una ventana a la ilusión y fantasía.

El esfuerzo económico, para la Seminci, lo ponen la Junta y el Ayuntamiento de la ciudad, que ronda en unos tres millones de euros. En cuanto al Principado el sacrificio es de algunos mecenas asturiano. Por ejemplo los 66.000 euros iniciales, de Masaveu; más los cinco millones de Plácido Arango (de Aceralia) y otros que arrojan unos veinte millones de euros. Todo un ejemplo que debería cundir en Valladolid y, más aún, en León, con un empresariado rácano y amarillo de codicia.
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