La fidelidad y Leopoldo María Panero

Por José Javier Carrasco

José Javier Carrasco
03/03/2021
 Actualizado a 03/03/2021
| JOSÉ RAMÓN VEGA
| JOSÉ RAMÓN VEGA
Se diría que el último capítulo de la relación que unía al escritor Leopoldo María Panero (1948- 2014) y Astorga  se escribía el día 22 de agosto de 2019, con el traslado de sus cenizas al panteón familiar del cementerio  de esa ciudad, donde le esperaban los restos de su padre y de su hermano pequeño, Michi. Pero pocos meses después, la noticia de la llegada de un camión a la Casa Panero, con el material que el poeta acumuló en su estancia en el psiquiátrico Juan Carlos I de las Palmas, desmentía esa suposición.  El primer contacto de Leopoldo María Panero y León ocurre en 1949, con solo un año de edad, cuando su familia se traslada a pasar el verano en Villa Odila, una finca en la localidad de Castrillo de las Piedras próxima a Astorga, y se cierra con su visita a León en mayo del año 2011, con motivo de la Feria del Libro, invitado por el Ayuntamiento y la Fundación MonteLeón.

Etiquetado como escritor maldito, traductor y articulista, aunque conocido sobre todo como poeta, escribió también un libro de narrativa, ‘En lugar del hijo’, publicado por Tusquets en 1976, que según J. Benito Fernández autor de ‘El contorno del abismo’, una pormenorizada biografía del escritor madrileño, es «una colección de relatos de terror, más que físico, metafísico». La obra incluye diez relatos y  los cierra ‘Allí donde un hombre muere, las águilas se reúnen’, el más extenso (ochenta páginas, casi una novela corta). En él, Panero narra, por boca de Snorri Storluson, los sucesos prodigiosos que se producen en un poblado vikingo, cuando una mañana, después del paso de unos titiriteros, aparece un cuerpo de edad indefinida que nadie sabe si vive o ha muerto, si es un hombre o un dios.

Sobre el poblado, a partir de este hecho, se suceden las desgracias y todas las  medidas ideadas por el sacerdote Hacón para remediarlas, fracasan, mientras se precipita incansable una lluvia que acaba pudriendo la madera de los barcos... Es el sonido de la campana de un leproso que cruza la aldea el que anuncia el fin de la pesadilla.  Poco después, Snorri Storluson, gracias a Sorbst, una lesbiana, experimenta otra sexualidad y descubre que no se es solo hombre o mujer, sino ambas realidades a la vez.  Sobre la puerta de su casa escribe: «Incipit vita nova». De Sorbt, por último, nace un niño, hijo de aquel cuerpo que aterrorizó a la aldea.

Panero muestra un profundo conocimiento de la mitología y costumbres vikingas, a través del discurso  escéptico del alter ego del escritor, Snorri, – «En cuanto a mí, ignoro mi papel en el mundo y tampoco en la muerte creo hallar para mí lugar alguno que sea mío»–, personaje que al final del relato alcanza un estado místico de gracia, que le franquea las puertas de una realidad desconocida, afín a las formulaciones de una cultura alternativa de la que Leopoldo María Panero era heredero y a la que se mantendría fiel mientras vivió, aunque  pagaría por ello un alto precio.
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