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La fatiga de los colores

19/10/2020
 Actualizado a 19/10/2020
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Nos habla la OMS de la fatiga en nuestras mentes, producida por la pandemia que se prolonga. Ya Ockam nos hablaba de la fatiga de esos materiales. Pero ahora son los colores los que, cansados de tanto ardor y tanto verano, se degradan formando un amasijo de amarillos, verdes y morados, que le dan al valle en el que el cronista esconde su silencio un pasmoso encanto de vida más allá de la vida, en un alarde de impiedad y desmesura. Aquí, donde, hace tan poco tiempo, vivieron (del carbón) cientos de familias que tuvieron que abandonar el Paraíso y tratar de olvidar esta hemorragia de belleza otoñal que ahora renace. ¿Son estos los colores del recuerdo? ¿O, tan solo los de la infancia? Este nogal frondoso sumiso a la rascada del pescuezo del toro semental, al que su dueño, Manín, llama Napoleón, y que nos mira como a mendigos que pasan desorientados, todavía trata de mantener su verdinegro ardor, pero ya comienza a claudicar entre los fogosos amarillos de los chopos, altos como nuestras esperanzas. Como nuestro Luis Mateo dice en ‘El expediente del náufrago’: «Hablas como uno de esos que no saben nada pero que en seguida encuentran palabras para explicarlo todo».

¡Otro que tal baila! ¿Pues no se atreve a afirmar que «el fracaso estaba en la pobreza, no en la literatura?» No señor; el fracaso estaba en los colores. ¿Qué hacen ahí esos tendejones azules en las casas que fueran del difunto falso pintor autollamado Godo, destrozándolo todo? Es la entrada del arte en la naturaleza distorsionando el orden de las estaciones. Es la fatiga de mentes calenturientas que trasladan su fatiga residual al cuadro, como naturalezas muertas, cuando la realidad va tintando nuestros sueños para alejarlos de la desgracia.

Nos habla la OMS de las pandemias producidas por los virus, pero nada dice de las otras, las de la pobreza real, la que expulsa a los mineros del Paraíso, y coloca en los puestos de responsabilidad a unos ineptos que nada saben de la verdadera enjundia del amor y de la vida y se dedican a tirarse los trastos a la cabeza como si eso fuera su cometido en esta hora de desgracias. Pero no nos dice la receta contra esta fatiga del alma. «Las cosas que deslumbran no siempre son las que brillan», escribe nuestra Noemí Sabugal en su ‘Hijos del carbón’ que releemos. Las palabras que deslumbran. Las ideas que deslumbran. Las palabras que vuelan. Tal vez suceda que «he perdido la cuenta de las campanadas de la torre», escribe Pereira en el cuento titulado ‘Vuelo planeado’.
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