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La estupidez de la guerra

29/01/2023
 Actualizado a 29/01/2023
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Según Giancarlo Livraghi en su libro ‘El poder de la estupidez’, la guerra es un tema serio, trágico, complejo; pero, además, estúpido. Y se ha admitido como algo incorregible, sempiterno, consustancial del ser humano. No obstante, la gran paradoja es que si hubiésemos preguntado a cada terrícola sobre la guerra, mayoritariamente las guerras nunca se habrían producido. Luego es la causa de un poder minoritario quien las determina. Especialmente el del dinero. Como dice Augier, el dinero viene al mundo con manchas de sangre en la mejilla; el capital lo hace chorreando sangre y lodo por los poros (Marx).

Al margen de pequeños conflictos violentos que ocurrieron con posterioridad a 1945 (el ‘terrorismo nacional’ en Irlanda y en España y, en forma distinta en Italia; sin duda, perversos y esencialmente estúpidos), no han sido lo mismo que una guerra. Ahora, después de todos estos años de vigilia bélica (salvando las dolorosas excepciones de los Balcanes y el Cáucaso) tenemos en Europa el más que preocupante conflicto en Ucrania, emprendido por un nostálgico imperialista ruso, que amenaza seriamente con alcanzar universales repercusiones apocalípticas.

La idea de que las guerras pueden –y deben– evitarse es una evolución inteligente ‘per se’, aunque su desarrollo todavía es insuficiente. En el mismo camino está la creciente oposición a la pena de muerte, pese a que aún no está lo suficientemente desactivada (vid. las recientes ejecuciones en Irán).

Ya no estamos convencidos de que los conflictos armados son ‘siempre’ necesarios, si nos atenemos a la máxima latina ‘si vis pacen, para bellum’ (si quieras la paz, prepara para la guerra), como nos habían animado a creer durante milenios. Aunque mucho nos tememos que estamos retrocediendo, no sin cierta incomodidad, a la idea que en ocasiones las guerras resultan ‘inevitables’ en la turbulenta evolución de las cuestiones humanas.

Siguiendo a Giancarlo, la guerra puede situarse, dentro del diagrama estupediológico, en algún punto intermedio entre el bandidaje estúpido y la estupidez agresiva. Muchas guerras acarrean graves daños para todos, incluso para los propios vencedores. Pero aun cuando alguien obtiene alguna clase de beneficio, la estupidez del poder es devastarodamente eficaz: el beneficio de unos pocos representa una horrible tragedia para demasiados.

En las guerras, al igual que en otros conflictos o desastres, existen oportunidades de multiplicar la violencia: crueldad, abuso, explotación, engaños y estupidez. Pero también, vaya en su descargo, se abren muchos resquicios para la capacidad de controlar circunstancias difíciles, donde se exhiben algunas de las mejores cualidades de la naturaleza humana: la solidaridad, la generosidad, la comprensión, la amistad, el valor, el heroísmo.

Tal y como remata Giancarlo, en circunstancias extremas descubrimos que la estupidez sigue dominando el mundo, aunque la inteligencia jamás desaparezca por completo. Sería interesante encontrar una forma de ser más inteligente en las épocas de paz que evite la estupidez de las guerras. Aunque es imposible eliminar el poder que las genera y hay que convivir con él, ello no significa que debemos glorificarlo. Es un hecho que la maquinaria del poder, combinada con la obstinada estupidez de la burocracia, frustra a menudo incluso las mejores intenciones. Infelizmente, no hay una solución ‘universal’ para este problema. Pero tendremos la mitad del camino andado si somos ‘conscientes’ de ello sin permitir quedar cegados o seducidos por el brillo traicionero del poder.
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