20/08/2022
 Actualizado a 20/08/2022
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Si me preguntas lo que es una estación podría decirte que es un lugar de espera reposada. O al menos así es la mía, donde la mirada se enreda, prendada entre caminos que se pierden por montes cosidos de bosques de robles, recorridos por un familiar aroma de brezos, retama y tomillos. Un lugar donde de cuando en cuando, la quietud de la mañana es sobresaltada por la bocina chillona del camión de venta ambulante de pescado o pan o por el lejano ladrido de un perro carea que azuza el rebaño de vacas de algún vecino nostálgico, o tal vez quizá por el novedoso rebuzno de una pareja de burros desubicados en mitad de ninguna parte.

Si me preguntas adonde se fueron los trenes de aquella estación cuando veas la escasez y simplicidad de los que ahora transitan por las vías, te diré que antes eran distintos, de colores vivos, azules, amarillos, invencibles, o al menos así los recibían mis ojos de niña ingenua. Escupían un humo que a mí se me asemejaba como negro azabache aunque fuera blanco, quizá porque pensaba en la carga que transportaban. Ese carbón arrebatado a las entrañas de la tierra con el sudor de unos hombres bravos de perenne negra raya en su párpado inferior. Siempre dejándose la piel y la vista, como erizos subterráneos, mientras sus mujeres e hijos quedaban en casa con el corazón encogido temiendo a menudo escuchar el nefasto ruido de una lúgubre sirena.

Podría contarte también que mi estación está escondida en un municipio con nombre de bosque verde y apellido de mítico río: Matallana de Torío, y que da nombre a un pequeño pueblo cuyo corazón se encuentra atravesado por un paso a nivel, que chulesco paraliza cada día el tráfico unas cuantas veces le importe a quien le importe. Manda el tren. Conductores, aguanten.

A los vecinos de mi pueblo, el Barrio de la Estación, nos llaman los Vilortas. Son esas varas flexibles de madera a las que se da forma de aro para sujetar lo que se tercie. Pero no porque nos dobleguemos, que sabemos permanecer firmes ante las dificultades.

Este año, el equipo de futbito del municipio ha quedado subcampeón de España, inauguramos instalaciones deportivas y una jovencísima comisión de fiestas ha preparado un programa de festejos para el 24 y 25 de agosto donde se fomentará el espíritu comunitario a través de concentraciones de peñas.

Esta tarde celebraremos una velada poético musical a las 20 horas en la Casa de las Culturas donde el coro ‘La Estación’ nos llevarán de viaje a través del tiempo, el poeta Javier Almuzara despertará nuestros sentidos con «todos lo besos son de despedida» y el local y jovencísimo y prometedor guitarrista Gabriel Zapico nos hará vibrar con la fuerza de su talento junto a su grupo musical.

Mi pequeño paraíso.

La Estación.
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