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La España calcinada

27/06/2022
 Actualizado a 27/06/2022
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Les da igual. A los de la Junta de Castilla y León les importa poco. No dan explicaciones. No responden las preguntas. No se inmutan cuando los bomberos mismos los delatan. Su actitud chulesca los sitúa en otro planeta. Pero la calcinada Sierra zamorana de la Culebra habla por sí misma, y su lenguaje es el de quienes, como los ucranianos, miran, impotentes, sus fantasmagóricos paisajes desérticos. Los lobos, como ellos, aúllan en la noche de la tierra. Como Putin y sus generales. Como quien se considera superior a todos esos pobres diablos campesinos que no han querido salir de esa su tierra, ni abandonar sus raíces, sus ganados, sus montes, sus arroyos, sus senderos. Tal vez pensando, como Rabindranath Tagore: «¿Para qué salir de casa para perderlo todo?».

¿Pero, qué es lo que arde? Les preguntan los periodistas a los aterrados supervivientes. Pues arde todo, los pastos, los bosques, las abejas, los recuerdos, el pasado, y hasta la intemperie de un tiempo que fue nuestro y que hemos tenido que dejar atrás, abandonado y solitario, al haber ido perdiendo las condiciones mínimas necesarias para la supervivencia humana, sin que aquellos a quienes correspondía hacerlo, movieran los hilos suficientes para sofocar aquella devastación inmensa. Pero lo habían jurado, y han cobrado. Y no lo hicieron. Y ahora, como dice Clint Eastwood al final de ‘El fuera de la ley’: «Todos hemos muerto un poco en esta maldita guerra».

Una maldita contienda que ya dura mucho tiempo, y en la que se anegaron comarcas enteras y no se aprovechó el agua para regadíos sino tan solo para producción eléctrica; se cerraron minas de carbón y centrales eléctricas en cumplimiento de unos acuerdos que no afectaban, al parecer, a otros (como Alemania o Francia) y se firmaba una entrada en el Mercado Común aceptando la destrucción de cultivos tradicionales, y ganadería; se plantaron pinos en vez de robles; se ahuyentaron los rebaños que mantenían el suelo limpio y evitaban los incendios. Y esos campos, ay dolor, qué ves ahora, eran entonces pastos abundantes en los que los rebaños pacían manteniéndolos limpios, y las gentes cuidaban los ganados y elaboraban quesos y mantequilla, y cultivaban las viñas, y los pueblos, las aldeas y los villorrios bullían de gentes que eran obligadas a partir hacia las ciudades para ganarse el sustento.

Porque de eso venimos, como escribiera nuestro leonés, de Vegamián; en ‘La lentitud de los bueyes’: «Yo vengo de una raza de pastores que perdió la libertad cuando perdió sus ganados y sus pastos». Y por eso no podremos estar jamás de parte de estos lobos. Ni de estos políticos.
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