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La escena del crimen

01/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Regresamos ahora algunas de las escenas de todos esos momentos forjados en la fragua del verano, desoyendo eso de Sabina de que «al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver». Haya motivos de dicha o recuerdos menos jubilosos, la curiosidad que mató gato dispara las pulsaciones al volver al pasar por este o aquel rincón. Los paseos, las vueltas en bici, el chiringuito, las fiestas de este pueblo, estrategias de merodeo que muchas veces se desarrollan inconscientemente en busca del encuentro, del momento de soledad aquí o allá que no pertenece a nadie más que a uno mismo. Así construimos el relato, engarzamos capítulos unos y otros, los que 1 de julio dejan el redil y van en su busca y los que les dan el relevo y ven en estas memorias y deseos el combustible para aguantar doce horas de jornada, las chicharras y las hormigas.

Se dice que el asesino siempre vuelve a la escena del crimen. El asesino y cualquiera. Cuesta resistirse a la intriga de ver qué ha pasado, cómo ha cambiado, qué se recuerda, qué se dice allí donde la has podido liar o donde trataste de ayudar. A veces es un alivio que todo se haya magnificado en la mente del maleante y que todo haya pasado sin pena ni gloria o que se quede en un comentario a medio camino entre el reproche y la compasión como «ya te dije anoche por lo menos cinco veces que no tenemos Beefeater». Otras veces reconforta ver que sigue en la memoria aquel porte o aquella tarta. O que se han cerrado las heridas que abrió aquel accidente con los cohetes de la boda. O nada cambia porque las dichosas ortigas siguen ahí y el perraco ese al final del pontón. Con suerte, también seguirán ahí los vecinos para salir al fresco que tanta falta hace. Con mucha suerte, porque lo más normal ahora es que ya no estén y sí que siente uno, cuando pasa por esas placitas, callejas, caminos que está cruzando la escena de un crimen.
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