La disfunción eréctil de Fernando el Católico

Por Antonio Martínez Llamas

16/03/2021
 Actualizado a 16/03/2021
Detalle del retrato de Fernando el Católico.
Detalle del retrato de Fernando el Católico.
Durante siglos se ha admitido una corriente de opinión que tiene mucho de injusta, y también de inexacta. La circunstancia era evidente: Fernando el Católico había acortado su vida por el abuso de la cantárida, producto obtenido de la desecación y triturado de la mosca española, Lytta vesicatoria. La intención del monarca era evidente: buscar remedio a su disfunción eréctil, un trastorno que parece ser que le impedía preñar a la reina Germana de Foix, su segunda esposa. Lo cierto era que a los cónyuges les separaban 36 años de diferencia. Fernando el Católico había cumplido 53 años, y Germana de Foix recién estrenados los 17, un detalle a tener en consideración.

¿Alguien puede asegurar que el rey abusara de la cantárida, un moderado vasodilatador que quizá le ayudara a tener erecciones con suficiente eficacia? Si así fue, ¿con qué frecuencia? ¿Es verdad que también hizo uso del potaje crudo, un bebedizo que además de cantárida contenía un triturado de testículos de toro, hígado, sesos de cordero y otras sustancias de dudosa procedencia y escasa utilidad? Es probable que el rey tuviera problemas ocasionales con la erección, si bien sus relaciones sexuales resultaron, parece ser, satisfactorias. Sin embargo, la diferencia de edad resultó una circunstancia capital. Además, conviene recordar que la disfunción eréctil es una entidad patológica que responde a diferentes causas tanto físicas como psicológicas, y después de la cincuentena hay un porcentaje variable de varones con impotencia ocasional, o bien disfunción eréctil sostenida. Por tanto, el problema no fue que él consumiera estimulantes para optimizar la erección, sino asegurar imprudentemente que el posible abuso fuera la causa inmediata de su muerte.

El cronista Pietro Martire d’Anghiera (1457-1526) ha sido quien más ha escrito sobre las patologías de Fernando el Católico, y también él es reiterativo en que los bebedizos fueron muy perjudiciales, aunque queda por saber con qué criterio lo aseguraba. ¿Actuó con mesura, o bien se dejó llevar por la corriente de las murmuraciones? Como coetáneo, el cronista fue testigo de primera mano, y es quien igualmente escribe sobre otras enfermedades del rey: fiebres tercianas, dificultades respiratorias, disnea, hidropesía (edemas periféricos), mal de ijada (cólico renal), problemas urinarios, sed mantenida y un cuadro pasajero de ictus (isquemia cerebral transitoria) que cedió en pocas horas y sin secuelas evidentes.

Aun cuando resulta difícil establecer diagnósticos concretos, es casi seguro que en el rey se instauró una insuficiencia cardíaca severa, y este trastorno fue primordial en el desenlace final. ¿Era también diabético? ¿Acusaba los problemas derivados de una hipertensión arterial? ¿Podría ser que los apuros de su disfunción eréctil fueran la consecuencia de una hipertrofia prostática benigna? La documentación de la época obliga a ser cautos, y no se entiende que contrastados historiadores insistan en la cantárida, a modo de cancioncilla que lo resuelva todo. Hacerlo así es frivolizar la trayectoria política y militar de un rey que, al menos, estuvo a la altura de su primera esposa Isabel la Católica.

Antonio Martínez Llamas es médico, escritor y autor de la novela histórica ‘Peleagonzalo. La batalla de Toro. 1 de marzo de 1476’ (Eolas Ediciones 2020).
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