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La dignidad de las piedras

18/09/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Máximo Aláez, compañero de estudios de bachiller oriundo de Canalejas, en el límite oriental de la provincia de León, me envía unas fotografías del deplorable estado en el que se halla la casa forestal de Riocamba, una dehesa que fuera de los marqueses de Cea y hoy pertenece al Estado y a la que fue a parar la portada de una casa noble de Vegamián, se supone que para embellecer el conjunto. Un ingeniero de Montes que había trabajado en la construcción de la presa que hizo desaparecer mi pueblo se la llevó, al parecer, piedra a piedra como otros compañeros suyos dispusieron también de lo que les pareció (Juan Benet, el director de la obra, me confió con orgullo que los sillares que forman una de las ventanas de su casa de veraneo de Zarzalejo, en Madrid, los trajo también de Vegamián). Y no fueron los únicos: los vecinos de los pueblos de la zona se llevaron todo lo que pudieron, y aún continúan llevándoselo, como lo demuestra la desaparición casi completa de Utrero, que se conservó durante muchos años pese a su abandono por su aislamiento y falta de accesos al otro lado del embalse.

Alguien dirá que, antes de que las piedras desaparezcan bajo las aguas o comidas por la vegetación, mejor será llevárselas y utilizarlas para otros destinos. Puede que tengan razón, pero, en ese caso, que sea el Estado, su propietario, quien lo decida y no sus representantes para su uso particular. Mucho menos los particulares o instituciones como la Iglesia, cuya rapiña ha sido encomiable, como lo demuestran actuaciones como el traslado de la fachada completa del desaparecido palacio de los marqueses de Prado, en Renedo deValdetuéjar, al hospital leonés de Santa María de Regla o de la portada principal de la abadía de Santa María de Eslonza a la iglesia también leonesa de Renueva, solamente en esta provincia. Que continuamente se hable del expolio de bienes muebles sufrido por nuestro patrimonio no debe hacer olvidar el arquitectónico, que ha sido y continúa siendo mucho mayor.

En cualquier caso y puesto que las piedras tienen también dignidad, pese a que muchas personas no alcancen a comprenderla (es un problema de sensibilidad), ya que no las dejan, por la razón que sea, donde les corresponde estar, el sitio y el edificio para el que fueron labradas y concebidas, al menos que, cuando las arranquen y trasladen de esos sitios, los responsables de ello se ocupen de conservarlas como merecen y no las dejen abandonadas a su destino como, al parecer, está sucediendo con esa hermosa fachada renacentista de una casona de Vegamián incluida por Hispania Nostra en su famosa lista roja de edificios y monumentos en grave peligro.
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