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La dictadura del silencio

24/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El lenguaje y las palabras que le dan vida no son en su esencia ni buenos ni malos, sino que depende de su utilización y la intención con la que se unen varias palabras para expresar algo. Pero lo que si tengo claro es que según el empleo que se haga del lenguaje en una sociedad, podemos conocer sus valores y las libertades o la falta de éstas que la caracterizan. Nadie puede ignorar la importancia que tiene el lenguaje y por ende la libertad de expresión para vertebrar una sociedad democrática. Prueba de ello es que cualquier sistema dictatorial lo primero que hace es impedir que los ciudadanos puedan expresar sus opiniones de manera libre. La historia más lejana y reciente nos arroja ejemplos que corroboran esta afirmación.

Pero hoy las protagonistas no son las grandes dictaduras de Estado, sino aquellas pequeñas dictaduras con las que convivimos día a día, aquellas que imponen una única línea de pensamiento sobre algunos temas concretos. Aquellas que impiden a una persona manifestar en público su opinión, no porque vaya a ir a la cárcel o ser juzgado en un tribunal, sino porque será señalado con el dedo inquisidor de lo políticamente correcto. Y cuando eres el objetivo de esa falange maldita tu vida social, personal y laboral corre grave peligro.

Quizás sea nuestro castigo eterno, pero es desesperante ver cómo cuando la sociedad consigue romper las cadenas del silencio que rodean a algunos temas y las personas pueden hablar de él públicamente sin ningún miedo a represalias o a ser estigmatizado, emergen otros asuntos a los que algunos se encargan de encadenar con el supuesto candado de lo políticamente correcto, para que sólo sea aceptado socialmente un punto de vista. Este proceso es lento y sibilino, ayudándose en su serpenteante evolución de la supuesta defensa de las libertades, para más tarde curiosamente atentar contra la libertad de los que no opinan lo mismo. Es paradójico pero no nuevo, cómo movimientos y personas que proclaman defender la libertad, lo que pretenden realmente y consiguen en ocasiones es defender su libertad a costa de atentar contra la libertad de los otros. No sé ustedes, pero la libertad conseguida así no tiene ningún valor y es tan falsa como algunos de los másteres que decoraban y decoran los currículum de algunos de nuestros políticos.

Es como si cuando se consigue superar un tabú o convencionalismo y ese tema alcanza la plaza pública donde se puede conversar sobre él sin ningún tipo de miedo, éste se reencarnara e infectara a otro tema que en ese momento desaparece dicha plaza pública y se coloca en el púlpito del pensamiento único, bajo pena de muerte social para los que se atrevan a sugerir, aunque sea susurrando, que no opinan igual. Identificar los temas que están encarcelados por la dictadura del silencio es muy sencillo, son aquellos que cuando aparecen en una conversación algunos de los participantes sólo se limitan a guardar silencio, siendo unos más del rebaño que es conducido hacia el redil, y que más tarde te dicen en privado «yo opino lo mismo que tú, pero no se puede decir nada porque entonces te llamarán esto o aquello». Qué triste que nuestra sociedad en vez de mejorar en cuanto a la libertad de expresión y pensamiento, que tan vilipendiada ha sido durante toda la historia, sólo intercambie unos temas por otros entre la lista permitida y prohibida de lo políticamente correcto. Un concepto muy voluble y variable, que se va travistiendo según las necesidades más o menos ocultas de no siempre se sabe quién.

Y como la historia no para de repetirse, ya que seguimos sin aprender de nuestros errores, lo que pasará a corto o medio plazo es que esas personas que ahora no se atreven a expresar lo que piensan se irán uniendo y agrupándose de diversos modos hasta que llegue un día que digan ¡basta ya! Y en ese momento se romperán las cadenas del silencio que atrapan a esa idea, pero que en ese mismo instante comenzarán a rodear a otra víctima.

Pero en este conflicto que nos ocupa no sólo hay que poner el foco de las críticas en los que fomentan coartar la libertad de expresión de los otros, sino también es honesto dejar recaer parte de culpa en aquellos que adoptan la postura fácil de mostrar su disconformidad sólo en privado. Y es que en todas las dictaduras, incluida la del silencio, son muchos los que se convierten en cómplices al mirar para otro lado.
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