La despoblación leonesa y otras cosas

César Pastor Diez
29/12/2020
 Actualizado a 29/12/2020
No hay día en que no me devane los sesos pensando en la desertización rural del Reino de León, cuyos habitantes perdieron su trabajo, una situación que está provocando la despoblación de la demarcación leonesa con el éxodo de las familias hacia otras ciudades que tampoco están en su mejor momento para acoger a los excedentes humanos del mundo rural. Por todo ello, tal vez convendría comenzar a hablar de repoblación. Generalmente, cuando un bosque se quema en seguida se proyecta una reforestación con esquejes procedentes de un vivero. ¿No habría que hacer algo similar para contrarrestar la despoblación humana de los pueblos? Y mientras duren las circunstancias actuales, ¿no tendríamos que convertirnos un poco en Robinsones y apechugar con la inteligencia contra las penurias del medio?

Son numerosos los problemas de actualidad que acaparan el interés de la gente, pero hay hechos que preocupan a todos por igual: la vida y la muerte. Aunque bien mirado, la vida y la muerte han existido siempre de una manera equilibrada. Quienes luchan son los hombres, los que matan y los que mueren, los que intentan detener la muerte antinatural y los que la provocan de manera artificial.

El problema de España es que en los días de gloria encontró el filón del turismo y la mayoría poderosa del capital se echó en brazos de la hostelería creando hoteles, restaurantes, cafeterías, discotecas y otros centros de recreo para diversión de los turistas que iban dejando sus apetecidas divisas sobre todo en los resortes turísticos del litoral mediterráneo y cantábrico. Pocos pensaron en llevar un poco de riqueza a las zonas menos favorecidas por el fenómeno turístico, ni de planificar una economía basada en una diversidad industrial no dependiente del turismo.

Además, paralelamente a todo eso, se iban poniendo en servicio las grandes autopistas y los trenes de alta velocidad que han ido aislando cada vez más a los pueblos, incluso eliminando viejas líneas ferroviarias consideradas deficitarias, ya que en este país los ferrocarriles han sido considerados siempre como un negocio, no como un servicio a los ciudadanos que podría producir beneficios o pérdidas y éstas tendrían que ser asumidas por el Estado, como ocurre en los países de nuestro entorno. Aquí no; aquí cuando una línea ferroviaria entra en déficit, se cierra y asunto concluido. Ahora bien, cuando se trata de líneas de alta velocidad, por muy deficitarias que sean –y lo son–, no se cierran ya que ello supondría un descrédito a la planificación ferroviaria oficial. ¿No resulta difícil de explicar el hecho de que España sea el segundo país del mundo en trenes de alta velocidad solo por detrás de China? Pues bien, la mayoría de trenes de alta velocidad españoles son deficitarios, y eso se cubre con los presupuestos estatales nutridos con los impuestos desorbitados que pagamos todos.

Estamos en un momento difícil a causa del Covid-19, que parece tener inteligencia, como las hormigas de la marabunta. De ser así, a largo plazo el virus tendría la batalla ganada.

Además esta pandemia cuenta con aliados para su acción mortífera. Son ciertos grupos de jóvenes insensatos que se han reído y burlado de las restricciones impuestas por Sanidad y han seguido organizando, fiestas y botellones a mansalva, provocando una tremenda expansión del virus que ya constituye una terrible amenaza para toda la población, y veremos si las vacunas en preparación son efectivas o si el virus tendrá capacidad de mutación para seguir atacando a la humanidad.

Pero no solo los jóvenes; también los políticos son responsables por haber utilizado la pandemia como arma arrojadiza contra los partidos oponentes en vez de aunar ideas y esfuerzos para combatir a un enemigo común, que no tiene color político sino que ataca por igual a las izquierdas, a las derechas, al centro y a los extremos.

Ahora solo se habla ya de la pandemia, y parece que todo el mundo se ha olvidado del otro enemigo de la humanidad: la contaminación atmosférica. Las restricciones por el virus han tenido la virtud de ocasionar, paralelamente, una fuerte reducción de la circulación rodada en ciudades y carreteras, con lo que la atmósfera ha salido ganando en calidad. Se están imponiendo los coches eléctricos para enviar los de combustión al vertedero de la Historia, aunque ése es un proceso que muy largo me lo fiáis. Sin embargo, el tráfico aéreo que surca día y noche los cielos del planeta, ése sigue teniendo patente de corso y nadie le pone cortapisas. Si tenemos en cuenta que la contaminación es una hija bastarda de la ciencia, ¿por qué ésta no regresa al estado de castidad?

Pero, ¿tan perverso es nuestro mundo actual? ¿No estamos repitiendo situaciones cien veces vividas por nuestros predecesores, aunque ahora agrandadas y aventadas por los modernos medios de comunicación?

Siempre oí decir que la inteligencia es la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas. Por lo tanto, si la situación vital de la hora presente requiere un cambio, ese cambio debería ser en el interior de la mentalidad humana y una actitud colectiva más sedentaria y menos altanera, que en vez de presumir de saberlo todo, repita con Sócrates: «Solo sé que no sé nada». Yo todavía recuerdo cuando los viajes se hacían en tartanas y en trenes renqueantes, que mirábamos al horizonte de los paisajes y nos resultaba desconocido lo que había más allá de cada montaña del itinerario. Ahora resulta casi imposible encontrar un rincón del mundo donde el ser humano no haya plantado sus reales. Ha subido al Himalaya y ha descendido a los abismos marinos. Actualmente la ciencia busca encontrar tesoros en Marte, en Venus y más allá de nuestro Sistema Solar. ¿Se decidirá alguna vez a dejar de rodar por el universo para dedicarse prioritariamente a paliar los graves problemas de nuestro planeta?
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