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La desilusión

29/12/2019
 Actualizado a 29/12/2019
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Como tantos leoneses que entonces éramos jóvenes, viví con ilusión el momento en que España decidió dejar atrás el centralismo para convertirse en un régimen autonómico, basado en las regiones históricas. Fueron tiempos de esperanza que siempre terminaban en decepción. Hubo un momento en que adquirió cierto auge la posibilidad de crear una autonomía con Asturias, región vecina, querida y, además, origen del reino de León. Pero sucedió que este proyecto, chocó con los intereses de la nueva clase política astur, que no quiso compartir su autonomía con los vecinos meridionales. Ellos querían estar solos, y no fue posible crear una autonomía astur-leonesa pese a que sería muy complementaria y, además, de muy semejante sociología humana: no hay nada más parecido a un leonés que un asturiano y viceversa. Asturias mantiene más vínculo cultural con lo leonés que con lo galaico que impregna su frontera occidental, o con lo santanderino, tan castellano, que colinda con la oriental.

Fracasado el intento astur, surgieron dos proyectos, ambos condenados al fracaso por diferentes razones: uno era la provincia de León sola. Algo que no fue aceptado por las cúpulas del bipartidismo –entonces PSOE y UCD–; cúpulas que, sin embargo, decidieron que dos provincias que nunca habían tenido gran protagonismo ‘regional’ alcanzaran su autonomía de un modo casi regalado: Cantabria y la pequeña y no menos bella Rioja.

La indignación fue muy grande: ¿Por qué cántabros y riojanos, pese a sus pequeñas dimensiones, iban a tener autonomía propia y los leoneses no, ya solos ya acompañados de Zamora y Salamanca? Nunca se supo de explicación alguna que convenciera a nadie. Sencillamente, se hizo así.

Nos metieron en el magma de Castilla y León; un magma incompleto. Porque faltaban cántabros y riojanos en el mapa. Y porque la región resultante era grande y deslavazada. Pero fue lo que nos tocó. Nadie niega, por otra parte, que leoneses y castellanos viejos tengamos muchos vínculos en común, pero nos falta lo principal: la querencia por esa autonomía. No la hay. Solo creen en ella los políticos que llevan años enredados en sus cargos y nóminas.

Entre el Bierzo y Soria hay demasiada distancia. O entre el sur de Ávila y el norte de Palencia. Sin embargo la región de León, olvidada, abandonada, con pocos apoyos, existe. Y si existiera en los papeles, sería un acicate para la ilusión, el esfuerzo y la esperanza. Una región con dos universidades y con dos de las ciudades más bonitas de España.
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