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La decisión de Íñigo

21/01/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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La decisión de Íñigo Errejón de sumarse al proyecto de Más Madrid para, según sus propias palabras, intentar ganar las elecciones en su Comunidad, ha provocado el último, o mejor, el penúltimo terremoto en el escenario político de este país. El movimiento, que ha causado cierta sorpresa (y por lo visto también enfado, sobre todo en sus propios compañeros, o excompañeros, porque esto último ahora no está muy claro), parece confirmar esta tendencia a lo convulso que últimamente nos acompaña, ese oleaje irrefrenable que parece caracterizar a estos tiempos modernos. Y no sólo en el territorio de la política.

Muchos creen que Errejón cierra así un giro largamente premeditado, el giro del que quizás ha sentido el frío de algunas decisiones, aquellas que vienen ya de lejos, cuando fue enviado a la candidatura autonómica desde la primera línea de un partido que él mismo había contribuido a fundar apenas cuatro años antes. Pero él insiste en que todo responde a un movimiento estratégico, un intento de sumar voluntades (y, desde luego, votos) ante el peligro de la fragmentación y de las posibles coaliciones que se acaban de dibujar en Andalucía. Se le reprocha que lo anunciara apenas un instante antes de llevarlo a cabo (y ahí se habla de desafección y engaño), pero él arguye que sus posiciones son conocidas desde siempre (quizás tiene algo de verso suelto: personalidad no le falta), y que como candidato tiene todo el derecho de intentar mejores perspectivas de futuro, de aunar esfuerzos, de buscar coaliciones. A fin de cuentas, explica, no es nada diferente de lo que se hizo en la alcaldía de Madrid, donde Podemos apoyó, y al parecer va a volver a apoyar, el proyecto de Manuela Carmena.

Es posible que en este controvertido asunto (vivimos tiempos de controversia por casi todo) tenga una parte formal y otra conceptual. Es posible que no hayan gustado las formas, como se deduce de las reacciones casi instantáneas. Y en cuanto al concepto, sumar más votos, está claro que la dirección de Podemos también tiene serias discrepancias. Lo que parece claro es que el terremoto confirma el carácter sísmico de nuestra política actual, tal vez porque la fragmentación de partidos hace el suelo más quebradizo y la estabilidad se convierte en una tarea costosa y compleja. No hay más que recordar, en efecto, las elecciones en Andalucía. Y muchos prevén que, con el panorama actual, no faltarán situaciones semejantes, que habrá que administrar en el futuro. Para ello se demandan políticas inteligentes y políticos de altura. Superar los personalismos, parece necesario.

Tal vez encuentre Íñigo Errejón en Manuela Carmena, con la que siempre tuvo gran química, el calor de hogar que por lo visto necesita. Muchos, abundando en el humor, que siempre nos salva de todo mal, o en la metáfora, han visto en este pacto a la madrileña un encuentro amable, comparable al cálido encuentro entre nieto y abuela, que deriva en comprensión y respeto mutuo, y que, con todas las licencias literarias que vengan al caso, parece implicar la acogida confortable del teórico Errejón, cuyo lugar en el horizonte político no terminaba de estar claro del todo. Nadie duda a estas alturas que Errejón representa una corriente dentro de su partido, si sigue siendo su partido, y en tiempo de elecciones las piezas del puzle tienden a ocupar su lugar, para no quedarse fuera del tablero. Lo que sucede es que ni el más leve movimiento en el escenario político se libra hoy de interpretaciones y lecturas, mejor o peor intencionadas. No parece extraño buscar acuerdos, ni tampoco modular las posiciones (me parece peor el que no cambia nunca, porque he conocido a grandes perseverantes en la catástrofe), pero la pregunta es cómo hacerlo sin daños, sin heridas, para unos y para otros.

La decisión de Íñigo se produce en un instante de reconfiguración en los partidos, incluso ideológica, en busca de un difícil acomodo en el quebrado océano de la fragmentación, en una sociedad en tensión y en ebullición, donde la política se ha convertido en un objeto del deseo mediático, más por el morbo interno de los partidos que por lo que puedan hacer por los ciudadanos. Que la política lleve ya muchos meses, incluso algunos años (y a nivel mundial), como uno más de los grandes temas del entretenimiento catódico, en realidad, como una forma más del show mediático, ha producido cambios sobre su acercamiento a los ciudadanos. Y ha desdibujado su verdadero objetivo. Quizás no es otra cosa que acomodarse a los tiempos que corren. Aquella vieja idea del aburrimiento como la mejor garantía de una buena democracia parece olvidada en favor de las imágenes, las tertulias, y las redes sociales. El componente mediático exige a los políticos que salgan del aburrimiento para que brillen (o no) en pantallas y tuits, lo que, irremisiblemente, provoca muy a menudo situaciones indeseadas, incómodas, chocantes, hilarantes o surrealistas. Esta cultura del entretenimiento, del análisis superficial y maniqueo que tanto se lleva, de tener que llegar al ciudadano con el lenguaje de las redes, y cosas semejantes, afecta ya a todos, es la tendencia que domina. Y es el morbo de los enfrentamientos personales, la vida de los aparatos de los partidos, el engranaje de los liderazgos, lo que se lleva toda la audiencia. Vivimos tiempos apocalípticos, preñados de alarmas, en los que la normalidad pasa desapercibida. Incluso es recibida con indolencia y escepticismo, como si no pudiera aportar nada, como si fuera inservible al lado del morbo y la furia.

Lo quisiera o no (supongo que sí), la decisión de Íñigo Errejón le ha llevado de inmediato a la primera línea mediática. Ese lugar en el que al parecer hay que estar. Podemos, precisamente, es un partido criado, al menos en parte, a los pechos de la televisión, donde creció desde el principio a través de la participación en los debates de algunos de sus fundadores. El tiempo ha pasado y tal vez la capacidad dialéctica y argumentativa de Errejón e Iglesias ya no pueda coincidir en la misma palestra, aunque eso no debería preocuparle mucho al ciudadano. La Sexta llevó a Íñigo a ‘La Sexta noche’, donde confluye cada semana la gran avenida de la política reciente, y vino a decir que la vida de los partidos, el funcionamiento de los aparatos y el ruido de los engranajes están comiéndose la actualidad, supongo que también las pantallas, mientras poco se sabe de lo que los ciudadanos pueden esperar de todo eso. Es un asunto interesante, porque tiene que ver con el triunfo del espectáculo, con la preferencia por lo que nos atrae en este tiempo, aquello que se aleja de la normalidad y el aburrimiento del que presumían las buenas democracias, aquello que ofrece terremoto y morbo.

Y así se escribe otro capítulo de este tiempo aficionado a las turbulencias. Cuanto más nos ocupe la ingeniería de los partidos y sus mecanismos, menos espacio quedará para la gente. Ahí tienen a Trump, que a mitad de su mandato ha convertido el fragor de la batalla con los medios y las frases provocadoras en una regla de estilo. Se diría que es una estética, una estrategia de ‘performance’ que opaca intencionadamente el verdadero sentido de la acción política, y oscurece, por tanto, sus consecuencias y sus efectos. Hasta que no perdamos el gusto por la aceleración, el vértigo y el apocalipsis cotidiano, que es una enfermedad social contemporánea, las cosas no cambiarán. El ciudadano no debe caer en las ingenierías mediáticas.

Como sugiere el propio Errejón, no es tan importante lo que suceda en los partidos. Pero, inevitablemente, las fotos de hace tan sólo cinco años han empezado a aparecer con cierto aire otoñal. Errejón las contempló en ‘La Sexta Noche’ como quien se duele del rápido paso del tiempo. Dijo que eran bonitas. Eran las fotos de una idea, de una amistad. El poder y la política son cosas que desgastan inexorablemente, es algo que cualquier político reconoce. Errejón lo afirmó también: «la práctica política desgasta los afectos», concluyó. Tras el súbito temblor, mientras el suelo se recompone y los muebles vuelven a su lugar, mientras las réplicas lentamente se apagan, algunos sueñan con que es posible volver a juntar los fragmentos de la foto, como se juntan los viejos conocidos de una promoción de estudios en una cena de verano. Y entonces, quizás, surja de nuevo la pasión de empezar.
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