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La dañada imagen de España

04/11/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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La empresa cárnica Olida, en Levallois, próxima a París, en el final del franquismo, pongamos por caso el año 1973, contrataba durante los meses estivales a estudiantes españoles y portugueses. No era la única en Francia, ni en otros países europeos, a la que acudían jóvenes universitarios peninsulares con el afán de ahorrar lo posible y obtener unos beneficios que, con el cambio de moneda, les permitían una ayuda estimable para financiar lo relativo a sus estudios en las facultades; al tiempo, a la vuelta, unos cuantos escondían en un lugar recóndito de la maleta, para sortear la vigilancia aduanera, el ‘Libro rojo’ de Mao o ‘Cuadernos’ de Ruedo Ibérico. No pertenecía entonces España a la Unión Europea, pero sí se podían proveer de un carnet (International Student Identity Card) con el que gozar de descuento en los trenes, o para cumplir los requisitos del propio contrato temporal.

En Olida, como en otras fábricas de Francia, los obreros eran tanto argelinos, procedentes de la descolonización, como nativos, pero unidos por la lengua común y por una integración que se antojaba bastante consolidada. La idea que entonces unos y otros tenían de España se reducía a un país atrasado, bajo el yugo de Franco, y con un tipismo que se manifestaba en los «togos y flamenco». Toros y flamenco, popularmente, eran para ellos las señas de identidad cultural de España; ajenos estaban, por lo demás, a la verdadera realidad de un régimen autoritario sin permeabilidad en la sociedad de aquel entonces. Obviamente, en otros ambientes parisinos, no solo Picasso sino intelectuales o creadores exiliados, eran representativos de la originalidad y talento españoles. Y figuraban en las carteleras cinematográficas, exposiciones, conferencias, y en la organización de numerosos actos antifranquistas.

En 1987, catorce años más tarde, en la misma fábrica Olida, los obreros ya habían desterrado aquella idea tópica de España, por otra de admiración hacia una nación que en tan poco tiempo había superado una dictadura y que figuraba como un gran país europeo. Sin duda, todo el merecimiento, aunque no fuera solo suyo, ni tampoco careciese de antecedentes, se lo atribuían a Felipe González. El presidente español, junto a Helmut Kohl y François Mitterrand eran los grandes estadistas europeos. La transformación de España hasta nuestros días, en lo material, gracias a las grandes remesas de fondos europeos, ha sido impresionante. Y no menor ha sido su prestigio adquirido por la avanzadilla en la conquista de libertades civiles, y en su capacidad de resolver conflictos con talante pacífico; también por el uso ponderado de la fuerza demandada a los cuerpos de seguridad del Estado.

Ponía este ejemplo veraz, que me parece aleccionador, del cambio de criterio por parte de los obreros de una empresa francesa, del final de la dictadura a la plenitud democrática, para manifestar cómo duele estos días, al recordarlos, una imagen de España que se puede estar menoscabando en ellos y en Europa (y no solo). Por la interpretación en medios extranjeros, ante el virulento secesionismo de unos gobernantes catalanes, de la falsa resurrección de modos políticos franquistas, por la versión de una sociedad anclada en latentes odios ancestrales. No faltan tampoco croniquillas, que llaman románticas, es decir, pintorescas para el siglo XXI, como un mal remedo de aquellos viajeros decimonónicos que pateaban los pueblos de España para buscar modos de vida, identidades, aún no absorbidas por los nuevos hábitos de la revolución industrial.

De puertas para adentro, hay como una resistencia que se aprecia en artículos, en debates, a admitir que nos haya podido pasar esto a nosotros, que esta nación con tan altas cotas de libertad, generosa en el otorgamiento de competencias a regiones y respeto a las lenguas, se vea enfangada en su imagen y convivencia. No vale cerrar los ojos: detrás de la reiterada vulneración de la Constitución por los secesionistas catalanes, se muestra a las claras, más allá de aconteceres nocivos actuales, la prolongación en el tiempo de la dejación del Estado, las concesiones a la ligera por necesidad de no caer del gobierno, la carencia de leyes efectivas para restaurar la legalidad de forma inmediata, la no existencia de infraestructuras propias, como se ha visto a la hora de trasladar fuerzas de seguridad, pues las existentes han aparecido como testimoniales… En suma, cómo un perverso uso del poder, con sus atribuciones y medios económicos, con la dilapidación de recursos para catequizar internamente e influir en medios informativos internacionales, puede causar estragos económicos y sociales.

Aun con políticos o dirigentes asociativos en la celda, es inevitable que esta crisis toque fondo; como lo será más allá del socorro de palabras, por ahora vacías de contenido, léase el federalismo, el análisis de lo endeble que es nuestro Estado, las desigualdades a las que hemos llegado en lo concerniente a lo público, las cortapisas para ejercer la igualdad de oportunidades en el territorio patrio. Es mucho lo que hemos avanzado, audaz y moderna nuestra democracia, por ello urge un pacto de actualización legislativa, para que estos u otros nacionalistas montaraces ejerzan sus atribuciones sin vapulear la Nación, ni su internacional imagen.
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