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La ‘Cultu’, centenario o depresión

30/05/2022
 Actualizado a 30/05/2022
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Ya sé que no resulta muy popular insistir una y otra vez en la necesidad que tiene esta tierra de apostar por la modernización, por el futuro, en lugar de preocuparse tanto por el pasado. No sólo la nostalgia ya no es lo que solía ser, permítanme la broma, sino que a menudo nos devuelve una imagen romantizada, modelada por el cerebro que busca autosatisfacerse, y no son pocas las veces que sentimos nostalgia de lo que nunca existió, o sólo un poco.

En ese apego nuestro por las tradiciones, que no discuto, pero que deben servir de trampolín para lo nuevo, para lo que aún no está hecho ni escrito, más que para enfatizar las glorias vividas, figura también la tradición futbolística, envuelta, cómo no, es ese mismo halo inevitable de nostalgia.

Cualquier afición se agarra a los momentos más memorables de su equipo, qué duda cabe, aunque sean, en general, lejanos. Así, el aficionado culturalista acude al campo pensando, siquiera indirectamente, en aquella campaña en primera división, en esa mención de ‘club histórico’ que aparece de vez en cuando en los medios, y que me parece justa y respetuosa.

Sobre ese pasado difícil, y sobre aquel año entre los grandes (y bueno, todos esos años también en la división de plata), se ha ido edificando la historia de la Cultural y Deportiva Leonesa (mejor así, con el nombre completo), una historia no exenta de situaciones difíciles, sobre todo económicas, como, por otra parte, les ha sucedido a tantos otros clubes. No se pone en cuestión nuestra tradición de club histórico, claro que no, como no se pone tampoco la de otros clubes, con más palmarés, hay que decirlo, que hoy habitan en divisiones por debajo de la nuestra. Ni la de otros, con bastante menos, que están por encima. Ahora bien, tanta grandeza acumulamos, siquiera en el imaginario colectivo, como decepciones: supongo que nadie lo negará.

Es necesario reconocer que, de aquellas viejas glorias, sólo queda el perfume de la nostalgia, el dato en las Guías de fútbol de cada curso (sí, ahí estamos, entre el centenar largo de equipos que llegaron un día a primera división), y que, por mucho que la historia será historia, no se puede estirar indefinidamente, ni se puede vivir siempre del recuerdo, aunque ese recuerdo sea justo y dulce. La verdadera cuestión es: ¿qué hay del presente?

No suelo escribir sobre fútbol. Hay estupendos periodistas que lo hacen aquí, y en otros lugares, cada día. Pero no soy de aquellos que creen que este espectáculo (sobre todo espectáculo) resulta un mero adorno de las ciudades, algo prescindible, o que sólo conviene a unos cuantos, aunque sean miles. Es verdad que el fútbol parece a menudo algo muy sobrevalorado. Es verdad que genera oleadas de pasión que derivan en confrontaciones (verbales, no hablemos ya de otras) no muy recomendables. Pero, salvo excepciones, los aficionados suelen defender sus colores sin meterse con nadie, conscientes de que sólo se trata de un juego en el que es tan posible perder como ganar.

Lo que sucede es que un buen equipo de fútbol suele contribuir a la presencia mediática de una ciudad. Genera optimismo, buen ambiente, ayuda a potenciar la confianza. No será fundamental, pero ayuda. Lo vemos cada día. Con esta tendencia nuestra al escepticismo, no nos sobran los motivos para creer. A menudo nos hallamos presos del desánimo, clamamos por las injusticias y por el olvido (y tantas veces con razón), nos agarramos a esos elementos históricos que nos recuerdan lo que fuimos o lo que pudimos haber sido, también, sí, en lo futbolístico. Comprensible. Pero poco útil.

Una Cultural mucho más potente contribuiría a levantar el ánimo tantas veces alicaído, por tantos motivos. Es posible que dejara a muchos indiferentes, seguro (están los que prefieren la desaparición de algo, lo que sea, antes que el esfuerzo que implica mantenerlo a flote, pero eso se llama rendición). Claro que habría otros muchos que encontrarían un motivo para irse felices a casa, qué diablos. Y para ver a la ciudad en los titulares buenos de la prensa, como aquellos días no lejanos de la Copa, aquellos reportajes cuando se eliminó al Atlético de Madrid. Porque es cierto: también hay alguna gesta cercana, alguna noche épica. Y recordar eso, tras esta temporada tan decepcionante, hace más daño aún.

La Cultural revivió en los medios con el reciente (y, ay, tan efímero) ascenso a Segunda División. Los comentaristas aprendieron a llamarla otra vez ‘la Cultu’. Cosas así. Cosas amables. Me gustaba aquel equipo que tocaba el balón imitando a los grandes, pero ya sé que otros prefieren el fútbol vertical (como si el toque al pie, o la triangulación, fuera perder el tiempo), y que todo depende de los jugadores que tengas. Pero se hizo: no hace tanto. Volver a descender, y de aquella forma (casi inexplicable, la verdad), parece que nos hizo caer en una depresión que no deja de crecer. Los que de verdad saben de todo esto hablan de esa tormenta perfecta que suele suceder de manera consecutiva: decepción, menos recursos económicos, falta de inversión, y, por tanto, plantillas (en teoría) cada vez de menos nivel, y, además, el reto de competir en una nueva división, la primera RFEF, objetivamente más difícil que la antigua segunda B. Y más difícil que será el próximo año.

Para todo hay culpables cuando no se logran los objetivos. Pero a estas alturas, mejor pensar en positivo. La Cultural llega al año de su centenario, que no es moco de pavo. Más allá de los eventos celebratorios, nostálgicos o no, la pregunta es cómo celebrar el centenario en el presente. Y eso sólo se puede hacer con un equipo de verdad competitivo. Depende de tomar buenas decisiones. Y, cómo negarlo, muy probablemente de una mayor inversión. ¡La cuadratura del círculo!, pensarán ahora mismo todos ustedes.

Lograda la salvación, con la aparición de Aspire, no es una opción dejar caer el proyecto. Tampoco debería serlo para Aspire, por mucho que ahora el Alcorcón milite en la misma liga. Más bien al contrario. Durante meses he visto de cerca, por ejemplo, la terrible travesía de históricos como el Deportivo de A Coruña. Es verdad que halló sustento económico, pero nunca dejó de pensar en grande. Reconozcamos el puesto 12 de la tabla como un fracaso. Como una decepción. Pensar en pequeño es mala opción, pero no lo es ser humilde y al tiempo tenaz. La cantera ha sido, de largo, la mayor alegría. No cabe ahora regresar al escepticismo y vendrían bien más ayudas locales. Ha llegado el momento de celebrar cien años con un éxito que no dependa ni de la nostalgia ni de la memoria. Con un éxito del siglo XXI. Veremos.
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