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¿La cuestión? Salir del atolladero

18/02/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Atraviesa la socialdemocracia europea –atrapada cuando gobierna por la necesidad de tomar medidas impopulares, cuyo resultado benéfico no puede obtenerse al instante– una indefinición profunda. Se contrapone entre la visión de sus gobernantes y la de muchos militantes o simpatizantes un abismo: mientras los segundos reclaman los principios ideológicos que históricamente constituyen su esencia, los primeros sopesan cómo, de gobernar obviando las consecuencias de algunas decisiones alentadas, favorecen el ascenso de baladrones (acentuado en los países de mayor riqueza), entre cuyos propósitos está una idea de nación contrapuesta a la interrelación y solidaridad europeas.

Un ejemplo aleccionador de esta dicotomía es la elección para concurrir a las próximas elecciones presidenciales francesas, por voto directo, del radical Benoit Hamon, en detrimento del moderado Manuel Valls; en liza ha entrado también un tercero, con responsabilidades ministeriales en los gobiernos socialistas, como los dos anteriores: Macron. Emmanuel Macron, zarandeado en su anterior cargo ejecutivo por el ala más crítica del socialismo francés, optó por abandonar la militancia y desplazará, como se verá, al radical Hamon. Consecuencias: el Partido Socialista carece de posibilidades de alcanzar la presidencia de Francia y sus votantes, en una segunda vuelta, tendrán que optar por Macron para impedir que Marine Le Pen, abanderada para la destrucción de la Unión Europea y mentora del nacionalismo más rancio y excluyente, alcance la más alta magistratura de la gobernanza. En una nación que ha sido, y es por su historia y empeño europeos, un pilar imprescindible de la paz y la solidaridad del Viejo Continente. En unos momentos, además, en los que la espantada de Gran Bretaña, la presidencia de Trump y las sibilinas actuaciones de Putin, amenazan con remover los cimientos en los que se sustenta la compleja convivencia de los países europeos.

Esa confrontada convivencia, entre una corriente radical y otra moderada, en el socialismo español tiene perfiles que la hacen singular, cuando no falsaria. El periplo cautivador de Pedro Sánchez lo llevó a la secretaría general del PSOE; quien parecía modesto militante se convirtió en un ciego aspirante a la presidencia del Gobierno. Las posibilidades que tenía de erigirse en un líder político pronto las desbarató, al no propiciar, visto su primer fracaso electoral, el gobierno del partido ganador, y condicionar la legislatura a un plazo y a unas exigencias de cumplimiento de aspiraciones populares. Su flirteo (que añora repetir) con toda una gama de personajes que quieren engullir o desarbolar al partido centenario, como Iglesias Turrión, separatistas y encausados, tales los antiguos convergentes, lo han desacreditado totalmente, al menos para los electores. Aquella ‘arrancada’ confesión, tan ingenua, ante el periodista Évole, en su programa Salvados, de baboseo con el conglomerado morado, desveló cuán grande es su ingenuidad. Pedro Sánchez, aparece ahora, aquí y allá, como el reparador de un agravio, cual dice ser la abstención del PSOE para dar salida a una situación política encallada; vende el mantra de un pacto de izquierdas, sin decir con quiénes y de qué catadura son; y lo acompaña algún militante que dice no ser de la casta, cuando disfruta de canonjía; a este cortejo se suman opositores de las ejecutivas provinciales o debutantes para desplazar, mantener u obtener el ‘puestico’ que ellos mismos u otros compañeros desempeñan.

Otro aspirante a la secretaría general socialista, Patxi López, parece que fantasea con que, llegado el caso, Sánchez le agregue sus votos, o cobrar su soldada en otra candidatura ganadora sin suficiencia. La presidenta andaluza, Susana, va calculando los riesgos y los tiempos para saltar a la palestra, estimulada por cuantos en el PSOE tienen un curtido olfato por haber detentado altas responsabilidades políticas y ven en ella, dado el panorama, la única flotación de un barco a la deriva. El futuro próximo de España depende en gran parte del rumbo y capacidad del partido centenario para acomodarse a los tiempos y servir, desde una postura progresista, pero anclada en la realidad, a los españoles. Para ello tendrá que facilitar el asentar en la radicalidad, para su retraimiento electoral, al conglomerado morado; y asumir, claramente, el llevar a cabo los principios históricos socialistas, entre ellos una idea de España, de nación, ajena a segregadoras tácticas pactistas, a los particularismos y egoísmos, contraria a la discriminación de los ciudadanos (en la lengua que les es propia, en la igualdad de las prestaciones sociales), totalmente opuesta al debilitamiento (eso han traído cesiones de competencias sin los debidos controles) de los sectores, públicos, fundamentales: la enseñanza, la sanidad, igual amparo en el desempleo…

Y será precisa una actitud ética irreprochable, que se concreta en un gasto austero y escrupuloso, en facilitar, exclusivamente, la meritoria entrada en la función pública de aquellos más competentes, sin prebendas trajinadas en las puntuaciones de las bases de concursos u oposiciones; y otras cosas aparentemente menores, como salir de un cargo y volver a la profesión que cada cual detentaba… Para salir del atolladero en que se encuentra, al PSOE le conviene hacer una gran reflexión sobre en qué ha beneficiado y en qué ha errado en el devenir de España y de su unidad, y aconsejarse de cuantos, con competencia, anhelan la regeneración de la Nación desde los pequeños asuntos a las grandes cuestiones que regulan nuestra vida democrática.
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