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La cometa de Javitín

04/11/2019
 Actualizado a 04/11/2019
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Cuando llegan estas fechas y más en días y noches ventosos como los pasados me acuerdo de la historia de Javitín, un chaval que era una pura guindilla, noble y entusiasta. No tendría ni ocho años cuando ocurrió aquello. Hacía poco que había leído ‘Marcelo Crecepelos’, la historia de un barbero estrambótico que siempre andaba maquinando diabluras, como se decía en los pueblos. Javitín se contagió de esa fiebre de inventor y se enfrascó en el estudio de la enciclopedia ‘Érase una vez los inventores’, que había coleccionado con ansia durante el curso anterior. Mil veces había repetido los experimentos de la colección, mezclados con los suyos propios. Por entonces a Javitín también le dio la fiebre de los ovnis y se empeñó en comunicarse con ellos. Yo era un poco más mayor, tampoco mucho, pero él me decía que se notaba que «controlaba». Hablábamos alguna vez y me contaba sus planes.

Un día de mucho viento, como estos pasados, quiso hacerles llegar un mensaje a los de los ovnis. Como él no tenía una cometa del Pryca como la de Julia, desmontó un paraguas y con las varillas y unos retales de un saco de nitrato armó una más rudimentaria que luego ató a una bobina de sedal atravesada por un palín. Entre las varillas escondió un mensaje: «Venid a buscarme». Volvió a casa sin la cometa y orgulloso contó que se la había llevado el aire. Puede que fuera así o no. Él mismo la encontró en lo más alto de un chopo, al día siguiente, el primero de noviembre, como el del viernes. Pero nunca pudo bajarla.

Yo sí tuve aquella maldita cometa entre las manos. La encontré al día siguiente al pie del árbol. Entre la varillas había una nota. «Llegamos mañana», decía. Quemé la nota y la cometa. Nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a Javitín, que cada año, cuando llega el día de difuntos, se las ingenia para regresar y preguntarme si le contestaron. Hasta hoy yo nunca había podido responder a Javitín.
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