14/09/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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El cultivo de la colza es de los más extendidos en centro Europa, y en los últimos años ha tratado de introducirse con fuerza en Castilla y León. Unos años por unas razones y otros por otras, no acaba de encontrar su sitio en nuestra provincia, a pesar de que puede ser una buena alternativa de cultivo tanto en los secanos como en los regadíos. El cultivo se adapta bien a nuestro clima y nuestro suelo, pero tiene un momento crítico, que es el de la nascencia, y es aquí donde choca con unos septiembres secos y calurosos incompatibles con el tempero que se necesita para que germine la planta. Tampoco olvidamos el calamitoso año agrícola dos mil diecisiete cuando una helada tardía arruinó también la producción de este cultivo. Los defensores del cultivo apuntan a la necesidad de hacer una rotación en las explotaciones, diversificar el riesgos de los mercados, repartir el trabajo en los distintos meses del año, y apuntares a la iniciativa de la Unión Europea (con la correspondiente aportación económica) de potenciar los cultivos con alto contenido proteico para reducir la dependencia exterior. El destino de la colza es la obtención de aceite, y es aquí donde a la mente de los españoles llega el doloroso recuerdo de las muertes y sufrimiento de miles de familias que se envenenaron con este alimento porque unos desalmados lo vendieron adulterado. El aceite de colza no tiene la culpa de que alguien en su día lo mezclara con productos venenosos y que la administración no estuviera vigilante. Hoy, como entonces, este ‘aceite de semillas’ tiene su mercado dentro o fuera de nuestras fronteras, y la torta que queda una vez extraída, se aprovecha como alimento para el ganado por su alto contenido en proteína. Atrás queda la expectativa y la propaganda que se levantó en su día como materia prima para la producción de biodiesel en una planta que iba a levantar una gran multinacional de la mano de una organización agraria y con el apoyo del Gobierno de Zapatero, pero eso ya es otra cuestión.
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