26/04/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Con frecuencia nos quejamos de la crisis y hay que reconocer que, aunque no falten signos de que las cosas van mejor, todavía hay mucho sufrimiento: las cifras del paro siguen siendo muy altas y en muchas familias sigue habiendo muchos nervios e incertidumbre, pero eso no es nada si se compara con la situación verdaderamente angustiosa de millones de personas en muchas partes del mundo. Concretamente en Ucrania lo están pasando fatal. Más de medio millón de personas necesitan con urgencia alimentos, más de ciento veinte centros de salud han sido dañados o destruidos. La mayoría de las operaciones se hacen sin anestesia y han tenido que cerrar muchas farmacias por falta de medicamentos, miles de niños han quedado sin escuela, miles de casas han sido dañadas y destruidas. No hay medios para combatir los duros fríos del invierno. Los niños y ancianos son tal vez los que peor lo pasan.

Imaginemos que esa fuera nuestra situación en España. Entonces nos daríamos cuenta de lo que es pasar una verdadera crisis. Nada que ver con el ambiente de nuestros pueblos y ciudades, con lo que se ve en nuestros centros comerciales, bares, restaurantes, discotecas…

El Papa Francisco, conocedor de ese sufrimiento, nos ha hecho una invitación a los europeos a fin de que colaboremos a paliar esas graves necesidades de Ucrania, pidiendo que en todas las iglesias de Europa se hiciera una colecta el domingo día 24 de abril para ayudar a los ucranianos. Seguro que, aunque haya gente que ni se entere ni participe, la respuesta va a ser muy positiva. Será como un milagro, el milagro del amor. Entre todos es mucho lo que podemos hacer. No importa que la fecha ya haya pasado, si se quiere aún estamos a tiempo de participar y entregar el donativo.

Alguien podrá decir que lo que tiene hacer el Papa es vender el Vaticano y repartirlo entre los pobres. Pero eso es pura demagogia. Es como si nos dijeran que para combatir la miseria en nuestra provincia hay que vender la catedral de León o el palacio de Gaudí. Lo que tenemos que hacer es ponernos en el lugar del otro, del que sufre, del que pasa frío y hambre y ser generosos, tener entrañas de misericordia,y pensar que somos unos privilegiados. Aunque hubiera que hacer una colecta cada día, quitándonos un poco de lo superfluo, no íbamos a vivir peor y ayudaríamos a remediar muchos males. Realmente una persona nunca se empobrece por dar. Al contrario, dar es como sembrar, y el que siembra generosamente, generosamente cosecha.
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