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La ciudad del bocadillo

10/04/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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La época del bocadillo en León cumplió destino hace ya muchos años. El agradecido y clásico tentempié, bien nutrido de excelentes y ricas viandas, pasó a mejor vida irremediablemente, sustituyéndole la importada hamburguesa –que no deja de ser asimismo un bocadillo– donde se recibe –y de esta manera lo indica el diccionario de la Academia– «una tortita de carne picada, con diversos ingredientes, frita o asada». El bocadillo, por lo tanto, apenas se contempla hoy en día ni siquiera en las mochilas de los jóvenes estudiantes, quienes –por aquello del cambio de costumbres– han permutado el pan y el rico chorizo de León –es un ejemplo– por una botella de batido con no se sabe cuántas propiedades vitamínicas y alimentarias.

Con probada asiduidad, en la capital leonesa –se supone que, también, en otros muchos lugares– el bocadillo tuvo sus templos sagrados allá por los años sesenta y setenta. Establecimientos a los que se acudía, sobre todo, el fin de semana para meterle el diente al pan y degustar el acompañamiento pedido que bien podía ser –cual rey de las apetencias comunes– unos calamares de verdad, bien fritos –ahora hay mucho sucedáneo de este molusco– con sabor y textura. Ricos.

En el denominado en la actualidad Barrio Romántico, abrían sus puertas un par de bares clásicos y renombrados para aquello del bocadillo vespertino. En la calle Recoletas, esquina López Castrillón, el ‘San Román’ acaparaba un destacado número de parroquianos las tardes de los sábados y, fundamentalmente, de los domingos. Detrás de la barra, el inefable Rufo, que atendía el mostrador con movimientos ágiles y muchísima paciencia. El calamar, sin discusión, gobernaba el bar por kilos y sartenes hasta bien entrada la noche. Al lado, con dos accesos, uno por la propia López Castrillón, y otropor una de las rinconadas de la calle El Cid –el local sigue en el mismo emplazamiento, aunque con diferente nombre y especialidades– se hallaba ‘La Esponja’, local especializado de igual manera en el calamar, aunque el pulpo, allí, tenía su público. Y, por cierto, muy numeroso en cuanto a degustarlo.

La calle de la Rúa acogía tres sitios costumbritas para saborear el bocadillo. Al principio de ella, encaminando los pasos desde la calle Ancha y enfrente de ‘Casa Ramiro’ –hoy ‘Mercería La Perla’–, ‘El Sevilla’ –que sigue en el mismo lugar–,un bar de prestigio y de partidas, despachaba sus extraordinarios calamares a una clientela fija y devota del producto. El sitio, es cierto, tenía aroma y un sello especial. Atraía. Un poco más abajo, sobre el número 31 de la calle, el ‘Bar Alejandro’ también se aprestaba a la venta del bocadillo. No de calamares, pero sí de mejillones, anchoas, sardinas, queso, embutido en general… con el aditamento de la venta de tabaco. Junto a las marcas tradicionales –por entonces se vendían mucho las cajetillas de ‘Goya’ y ‘Jean’–, otras menos conocidas y, sin embargo, muy apetecibles para el sector juvenil. Primero, porque se trataba de cigarrillos rubios –al margen de los muy demandados‘Bisonte’ o ‘3 Carabelas’–, y, segundo, porque el origen de la labor no era nacional. Con aquel tabaco –huelga señalar sus nombres– se presumía más que se fumaba. Era lo suyo.

Y más abajo aún, en la acera de la derecha, ‘El Mancha’, bar inaugurado al lado del primer colegio de los Hermanos Maristas de León –centro desaparecido de esa ubicación hace varias décadas–, donde la tortilla, como especialidad suprema, tomaba protagonismo y carta de naturaleza. Por cientos se contaban los bocadillos que vendía el reputado y popular establecimiento, de los cuales un buen número de ellos, a dos carrillos, se los ‘trajinaban’ los muchos soldados que acudían al bar.

En el ensanche de la ciudad, al final de la calle Burgo Nuevo, en el vértice en que conviven la plaza de la Pícara Justina y la calle Villafranca, el ‘Bar Morán’ sostuvo por aquella época un predicamento especial. Con una política de venta de bocadillos muy parecida al ‘Bar Alejandro’, se consumían junto a la barra y alguna de las mesas docenas y docenas de ellos. Los más celebrados, sin duda, los de mejillones y los de anchoas, sin que ello no diera pie para otras preferencias de sabores y texturas. La ‘carta’, aquí, era muy amplia, por lo que, por su variedad, colmaba cualquier apetencia y gusto de quien se acercaba por el establecimiento antes de ir al cine. No hay que olvidar que ‘El Condado’, una sala cinematográfica muy reputada en la ciudad, se hallaba a escasos metros del ‘Morán’.

En este apresurado recordatorio, no deben dejarse de lado dos bares que disfrutaron de una posición relevante en el escalafón del bocadillo. ‘El Submarino’, en la calle Julio del Campo, ofrecía una de las tortillas más sabrosas y suavesdel sector. En iguales condiciones la servía en pincho o en bocadillo. Y el bar, largo como una semana sin pan, que decían los antiguos, se colmaba de clientela para disfrutar de la patata y el huevo, fusionados en perfecta comunión y fritura.

El otro –esta vez con el calamar como atractivo– fue ‘Chivani’, abierto en la plaza de San Martín, en pleno corazón del Barrio Húmedo. En el comedor, es cierto, aportaba una cocida tradicional, casera y muy valorada; sin embargo, el olor a calamares fritos inundaba el local y los aledaños del entorno. En la tarea de la freidora se enfrascaba Manolo, su peculiar dueño y radical aficionado del Atlético de Madrid, leonés convicto y confeso, que, en partidos señalados de su equipo, se dirigía a la capital de España, al estadio de ‘El Manzanares’, para vender productos de León. No como negocio –se supone que tampoco perdería dinero– sino como promoción de las excelentes y bondadosas viandas leonesas.

Los estimados y dorados calamares de Chivani –que era el nombre de guerra de Manolo– se convirtieron en todo un clásico de la zona. Tenía sus grandes disputas futbolísticas con Isidoro, quien regentaba el bar ‘Rubén’, en la calle Zapaterías, al lado de ‘El Infierno’. Isidoro, un vehemente aficionado del Barcelona, tenía sus más y sus menos con su colega de oficio. Y una jornada, una tarde en que el Atlético le ganó al Barsa, se personó Chivani donde ‘Rubén’ con una bandeja bien colmada decalamares recién sacados del aceite. Listos para comer. Y como el que siembra los campos, se los desparramó por el suelo sin ningún pudor. «Para que comáis caliente los ‘muertosdehambre’ del Barcelona». Episodios típicos de Chivani y de Isidoro, que eran íntimos de verdad. Y en definitiva, cosas de León, de sus bocadillos y de sus gentes, que escribieron, con ello, una página importante de la historia informal –y no secreta– de la ciudad de León.
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