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La ciudad blanquiazul

09/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Ponferrada empezó el siglo XX siendo una villa de clérigos y picatostes, rentas y pimientos, sabios comarcales y tarambanas de casino. Hasta que la industria la convirtió en una joya de la antracita. En un rudo emporio de metales y fábricas, de centrales térmicas y de locomotoras.

Tiempo después, cuando su imperio industrial decaía, la capital del Bierzo se supo inventar de nuevo. Como lugar decoroso, de vida cultural, de parques y jardines, de dotaciones y servicios. Los alcaldes de la democracia consolidaron un burgo moderno que, a la vez, redescubría su jacobea y antigua historia. La urbe regresaba a sus raíces fluviales y a devolver al castillo lo que era: un inmenso tesoro de murallas y tiempo.

Luego vino la decadencia. La crisis. Y dos legislaturas locales abrumadas de deudas e inacción, también con muy poco talento municipal para paliar el desplome. Aunque era muy complicado lograrlo, cabe reconocer. Y en esas aún estamos. La ciudad pierde población cada año, termómetro infalible, y ya no logran los bercianos que abandonan el campo cubrir la demografía de quienes se van a otras tierras a buscarse la vida. El panorama es muy duro, lo sabemos, y una pequeña esperanza, tal vez, surge ahora, con un nuevo gobierno local, que, en principio, da una imagen más estimulante que sus dos antecesores, hijo de oscuras maniobras el primero, y de notables carencias el segundo. Ahora puede cambiar algo el asunto, ojalá.

Pero esa ciudad, la real, la que sufre la crisis, es también la sede de otra. De una Ponferrada que no se resigna y que es metáfora de lo mejor del Bierzo, de su optimismo, de su apertura al mundo, de sus méritos basados en la humildad y el esfuerzo. En sobreponerse al frío y la niebla, a la geografía y la marginación. A las dificultades que entraña lo fronterizo y lo melancólico. Que también nos define a los bercianos.

Esa otra Ponferrada guerrera y sólida, y todo el Bierzo con ella, encuentra su símbolo perfecto en la Deportiva. En los colores blanquiazules de la bandera de la pequeña región. En ese fundirse las piedras mozárabes de Peñalba a los once futbolistas que están luchando por ascender a segunda división desde un valle de Iberia donde habita la crisis y el olvido. Peleando de tú a tú con equipos de entornos más céntricos y poblados. La Deportiva es la bandera de la otra ciudad que también existe, la que alienta a la lucha, a la unión, a la alegría y el optimismo. Y esa ciudad blanquiazul, pase lo que pase, no se rendirá nunca.
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