La cesta de los otros mundos

13/09/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Ya pasó el panadero, antes de que abriera sus puertas el establecimiento ya que ni falta que le hace, pues él ya sabe por el día de la semana que es la cantidad de barras, hogazas, bollos y magdalenas que tiene que posar en el cesto que le dejaron en la puerta como si fuera la contraseña para que sepa que sigue habiendo bar y vida y menú y tapas.

Unos metros más adelante una bolsa de tela le avisa de que no está en casa otro vecino, y el panadero también sabe con qué llenar la bolsa, una barra grande y una pequeña sin sal para la abuela.

Hay otra casa en la que sabe el paisano que hoy sí tiene que parar aunque haya bolsa, pues en la farmacia de la cabecera de comarca le dieron unos medicamentos para que los lleve cuanto antes y recoja las recetas que las tendrá la buena mujer guardadas en la faltriquera como oro en paño.

Otra cliente cogerá su barra y le dirá «apúntamela que ya te la pago» y el panadero ni se inmutará al no hacerlo el día que le vaya a pagar la buena mujer sabe perfectamente lo que le debe; y a mayores ese euro que siempre acompaña con la frase «para que tomes un café». Y cada mes se repite el rito, el panadero no lo quiere y la mujer insiste.

Hay otros mundos debajo de la cesta pero no los vemos, aunque estén el alcance de la mirada de cualquiera. No como los contadores de la luz, guardados bajo siete llaves, para que no podamos ver el atraco. Hay otros mundos.
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