La castañera del Bierzo

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
29/01/2023
 Actualizado a 29/01/2023
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Era por los Santos y los Fieles Difuntos cuando la CASTAÑERA del BIERZO montaba en su zuecos de madera de castaño, y, ¡pian, pian, pian!, a la capital. Pero antes, arrodillada en el portal de su casa, se había encomendado a los Santos del día que permanecían colgados en la hoja del calendario: Acíndico, Agapio, Amigo, Ermino, Eudoxio, Aura, Teodoto, y otros más.
Bien acompañada iba y así se cumplía el dicho popular:

«Un ánima sola,
ni canta ni llora».

Ya en el jardincillo de la plaza da Santa Ana, fue lo primero montar el tenderete: la lumbre de carbón, la parrilla de asar, la badila de escarbar las brasas, la espumadera de revolver la parrillada, y así.
Hechos los preparativos, se sonó los mocos con la punta del mandilón azulenco y, ¡ala!: a anunciar a grito pelado la mercancía:

«¡A la rica castaña caliente,
que no hay castaña como la mía!».

El tío Ponderoso, que paseaba por allí, se santiguó tres veces ante aquel anuncio tan descarado con el que la Castañera se anunciaba a si misma:

«¡No hay castañas como la mía!».

Como los cucuruchos para cada docena de castañas estaban hechos con las hojas de viejos periódicos, la Castañera decía a los clientes que debían estarle agradecidos, pues no les cobraba nada por las noticias que allí había.
¡Noticias gratis!, les decía. Y se echaba una carcajada que no le cabía en la dentadura amarillenta.

La pernocta la hacía en la Posada El Trompicón, de la calle Santo Tirso. Y se decía que le calentaba la cama el dueño de aquel tugurio, «lo comido por lo servido», porque era solterón sin remedios. Pero siempre hay un roto para un descosido», y cada botón busca su ojal.
En fin, que el Posadero le sacaba a la Castañera las castañas del fuego, como suele decirse.

Como los tres enemigos del alma son Mundo, Demonio y Carne, eran famosos los dos demonios de la carne:
El DEMONIO INCUBO, que tenía comercio carnal con una mujer con apariencia de hombre,
y el DEMONIO SOCUBO, que se acostaba con un hombre con apariencia de mujer.

En este asunto, ¡qué poco han cambiado los tiempos!
El caso es que la Castañera soñaba con echarse un marido que recogiera las castañas, las vendiera y le entregara el dinero para arreglar la casa: hacer un retrete y olvidarse de la cuadra; renovar la cacida desconchada; comprar una lavadora: colgar las macetas de flores en todas las ventanas. Y tener un burro mandible que se llamara SECRETARIO, para arar el huerto y traer la leña para pasar la invernia.

Luego vendría la prole a romper el silencio monacal de la casa, a tirarle del rabo al gato, y a heredar el oficio de sus mayores y propagar la especie de buenas maneras.

En estas añoranzas se le iba la juventud como agua en escriño. Y aquella vecina, la Mondadientes era, le decía:
– ¿Qué, Castañera, no encuentras por ahí un apaño? ¡Con lo grande que es el mundo!
Y la Castañera le respondía:
– ¡No es fácil encontrar el botón adecuado para cada botonera!
Y la Castañera seguía soñando con un hombre que la quisiera de verdad para envejecer juntos como el muro y la hiedra.
¡Que así sea!
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