26/02/2023
 Actualizado a 26/02/2023
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La mayoría de la población mundial ha sufrido de caspa alguna vez. La curación es complicada a causa de su variado origen y la dificultad de lograr tratamientos concluyentes para las enfermedades de la piel, el órgano más grande del cuerpo y uno de los más complejos. Cierto que la mayoría de las afecciones que producen caspa no revisten gravedad y se limitan a desagradables «efectos especiales», que decía un amigo, y a un prurito desazonador. Es embarazosa y, aun curada, la caspa regresa, terca.

Tal vez en curiosa relación con el origen prerromano del término, caspa se emplea habitualmente en España para referirse a manifestaciones de cierta ‘cultura popular’, según se llama ahora, caracterizadas por su olor a cerrado, trazo grueso y habitual tendencia vejatoria, soez, machista e incluso racista. Películas de suecas y señores calvos y bajitos, paletos con boina llegando a la capital, chachas y taxistas, puteros y vagos; canciones y chistecitos sutiles como una pedrada con mariquitas y cornudos, catalanes y andaluces, un alemán y un francés, delatan esa costra. Esas cuchufletas bufas atiborradas de vergüenza ajena y tildadas de carpetovetónicas como si los calificativos esdrújulos y raros las justificasen por una especie de singularidad castiza se producían en el seno de una sociedad azorada por su propio atraso y descrédito que, haciendo de la necesidad cobardía, pretendía reírse de sí misma recurriendo a tópicos y a la burla del más débil. Se suponía que nos retrataban pero nadie se veía reflejado en esas caricaturas simplonas.

La caspa española se dio por finiquitada, oficial y precipitadamente, con el festejo inaugural de los Juegos olímpicos de Barcelona. Aquella exhibición de buen gusto, diseño, seny y modernidad aparentaba archivar décadas de sandeces destiladas de un franquismo sociológico semipodrido. Desde entonces, la caspa solo aparecía como un Guadiana menguante que los nuevos modernos miraban con desdén o incorporaban a sus numeritos, condescendiendo con ese ‘folclore’ como si se tratara de un vestido de lagarterana de quita y pon para hacer unas risas. E incluso se disfrazaba de oriunda en aquellos programas de Telecinco mostrándonos que ya no éramos tan raros puesto que la soriasis mental afectaba también a otros. Consolaba saber que Europa no estaba libre de pecado y las suecas también sufrían el baboseo de los italianos o de ingleses mofletudos y sonrosados con gafitas redondas. La caspa parecía reducirse al gueto de lo chusco que todos llevamos dentro y del que nos abochornamos a la luz del día. Si no curada definitivamente, al menos nos retirábamos con discreción la caspa de los hombros a la mínima señal. Pero ya dije que la caspa vuelve, tozuda, cuando se seca la piel o reverdecen los hongos. Esta semana la Junta ha concedido el Premio Castilla y León de las letras a Fernando Sánchez Dragó.
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