La casa de Brindis

Por Raquel Palacio

11/10/2020
 Actualizado a 11/10/2020
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Y la vida dio vueltas. Por motivos laborales, mi pareja y yo nos vimos en la tesitura de optar por una alternativa que nunca habíamos planeado: Irnos a vivir a la casa que había sido de sus abuelos, en el pueblo. Llevaba unos veinte años vacía, pero estaba relativamente bien conservada y era habitable. La casa de sus abuelos, en La Cabrera. En Sigüeya.
La alternativa se hizo realidad. Llegamos una noche muy fría de febrero y ya hemos cumplido siete años aquí.

Brindis era de Sigüeya.

La abuela de mi pareja se llamaba Eugenia Morán.

Era una de las hermanas de Brindis.

La casa fue en un principio de los padres de ella, y aquí vivieron junto con sus hijos.

Llegado el momento de repartir la herencia, una parte de la casa fue de Eugenia, y la otra parte, fue de Brindis. Los demás hermanos volaron hacia otros destinos. Brindis también voló, pero esa ya es otra historia.

Finalmente, las dos partes se unieron, formando la casa que es hoy en día. Así que, la casa donde vivo, donde estoy escribiendo esto ahora, fue la casa de Brindis Morán.

En una de las habitaciones me hice un pequeño taller de pintura, y luego he sabido que ahí era donde tenía Brindis su «estudio». Ahí compuso poemas y canciones y escribió partes de su prosa.

En los recuerdos de niñez de un familiar, hay una imagen nítida de la impresión que le causó entrar en esa habitación y encontrarse a Brindis tocando con otros músicos.

Lo cierto es que no había en la casa ningún rastro suyo. Toda su huella es la que está en sus libros, en su poesía, en sus canciones. En el recuerdo de quienes le conocieron, y le quisieron. Pasó por la vida como un pájaro que recogió las semillas secas de la miseria, al alzar el vuelo se las llevó con él, y cuando volvió, las había convertido en alimento y las hizo germinar en forma de arte, de regalos a su tierra y a su gente.

El poema que nos regaló está colgado, con un cristal, en la pared de la cocina que fue suya.

Fue usted un ser auténtico. Sabio, y por lo tanto, humilde. Dentro de esa figura de porte y gestos delicados, se le adivinaba una férrea fidelidad a sí mismo. Por todo ello, gracias.

Hasta siempre.
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