14/07/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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No es uno de los edificios de Gaudí más celebrados, pero es, claro, de Gaudí. Nada menos. Y es que no es, por supuesto equiparable a la mayoría de sus obras, prácticamente todas ellas realizadas en los dos últimos tercios de su vida, sin contar que, al no estar en Cataluña, también se las valora menos (sic).

En realidad solamente tres edificios no están allí, los tres realizados en su primer tercio de ejercicio profesional, digamos que siendo ya un arquitecto reconocido, pero sin llegar aún a su explosión, esa que le ha hecho más que famoso, que concluye con la Sagrada Familia y que genera colas kilométricas de japoneses cámara en ristre.

Así que en ese tercio dejó ‘El Capricho’ en Comillas, el Palacio Episcopal en Astorga (que no concluyó) y nuestra Casa de Botines, así llamada no se sabe bien si por los botines que calzaba habitualmente uno de sus dos propietarios (Fernández Ladreda y Mariano Andrés), o por el apellido Botinás, comerciante catalán de paños que abrió una tienda de paños en aquél León de diecisiete mil habitantes (más o menos), y luego proveedor de ambos cuando abrieron la propia.

Lo cierto es que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, Fernández Ladreda y Mariano Andrés deciden construir, no sin dificultades administrativas (por lo visto mal endémico en este país), un edificio para su tienda, completado con unas plantas para vivienda, la principal para ellos mismo y el resto para alquilar.

Es pues una casa con un programa como las que hoy en día se construyen (más bien se construían, que la cosa está chunga): una casa de vecinos con locales comerciales en los bajos.

Y es de agradecer la visión que ambos comerciantes tuvieron, contratando un arquitecto para hacer su casa, al modo que se hacía en Barcelona, donde era seña de nivel social que alguien se hiciera construir «su casa» por un arquitecto, dejando así en la ciudad, diríamos que «su marca». No hay que olvidar que, en aquellostiempos, la gran mayoría de las casas de vecinos eran levantadas por maestros albañiles,

Así que Gaudí se aplicó al encargo y en el plazo increíble de más o menos un año desde que se empezó la construcción hasta que se entregó el edificio, el inmueble quedó listo.

De entonces a hoy la Casa de Botines ha pasado por unas cuantas reformas interiores para adaptarlo a los usos básicamente financieros, y a veces no tanto, de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad que lo adquiere en 1929, lo que hizo variar bastante las disposición interior, aun cuando se mantuvo hasta no hace mucho el uso de las viviendas superiores.

Hace unos días un grupo bastante nutrido de arquitectos hicimos una visita guiada por Mariano Diez Sáenz de Miera, que junto con Félix Compadre Díez, llevó adelante la restauración que hoy ya se puede visitar.

Y he de reconocer que, siendo además de arquitecto un pirado del Modernismo y del Art Decó, y teniéndolo tan cerca, realmente no lo conocía, no había pasado de mirar su «piel». Supongo que es por ser desgraciadamente cierto que «en casa del herrero, cuchillo de palo», aunque no menos cierto también que tampoco fue un edificio muy accesible, en su totalidad al menos.

Pero ahora lo es. Y vale la pena, sobre todo, para así comprobar que Gaudí se preocupó de ir más allá de la fachada y un espacio comercial inicialmente para venta de paños, interviniendoen en diseño integral del edificio, por fuera, y por dentro, en puertas, ventanas, patios o escaleras, en detalles en fin, del diario. Aunque luego se convirtiera en oficina bancaria o representativa.

Así, se puede comprobar cómo las puertas de las habitaciones, altas para poder meter los muebles, por aquellos años muy altos como correspondían a habitaciones también altas, incluyen una segunda puerta en su misma hoja, de dimensiones acordes con el paso de las personas.

O un ingenioso mecanismo para el manejo de las ventanas, incluso unos ventanillos en la parte inferior de éstas para facilitar el tiro de las estufas o chimeneas francesas.

Y qué decir de los patios interiores, resueltos a la manera de un muro cortina pero, claro, con madera y las posibilidades de entonces.

En fin, detalles y más detalles que merecen la pena mirar y admirar.

Por cierto, vaya canteros, ebanistas, estucadores y demás oficios que había antes, y que casi han desaparecido hoy.

Hay que añadir la readaptación de los espacios entonces de vivienda para despachos y sala de exposiciones salvando la estructura general de compartimentación, manteniendo la intencionalidad de la misma, pero con nuevos usos, así como la sala de juntas bajo la cubierta de pizarra que corona el edificio, con una impresionante y original lámpara detecho, y donde, además, quizás esto para los más técnicos, se puede visitar el torreón noreste y apreciar toda la trama de vigas y maderos que lo conforman.

Y no quiero dejar pasar algo que merece comentario, que no se ve pero que está ahí: el trabajo de refuerzo y reposición estructural, pues no sólo en el año 1953, en una intervención desmesurada, se eliminaron varios pilares del centro de la planta principal, sino que, nada más empezar los trabajos de rehabilitación, se descubrió que el terreno sobre el que se asentaba en edificio tenía una capacidad resistente de CERO kg por centímetro cuadrado. Vamos, que era un milagro que estuviera en pie.

Lo primero, la eliminación de los pilares en el año 53, con toda la casa encima, y que respondía, cómo no, a nueva reforma de uso, tengo que reconocer que me afirma en que Dios es bueno y que las casas tienen un ángel de la guarda, porque aquella operación fue, sin duda, de un riesgo enorme. Pero en fin, la restauración ha devuelto su trama original y hoy se puede contemplar tal y como en su día fue construido y proyectado. Espero, como comentario curioso, que si usted, amigo lector, lo visita, le expliquen el porqué de esas ventanas, enormes además de altas, que dan luz a la planta comercial desde todas sus fachadas. A nosotros nos lo explicaron, que conste, pero no seré yo quien revele la razón, muy lógica, por cierto.

En cuanto a la cimentación, y ese sí que es un trabajo absolutamente oculto, se convirtió en una operación clave, por cuanto no voy a decir que el edificio se podía caer en cualquier momento, pues más de cien años llevaba allí, pero sí que, según las reglas del arte (de la arquitectura y la resistencia de materiales me refiero), no se podía sostener. Claro que eso ya lo pronosticaron los ingenieros de entonces, pero Gaudí se empeño en demostrarles que no (verídico), y lo consiguió. Vaya si lo hizo.

En fin, más se podría pormenorizar, pero como lo que pretendo es generar un punto de interés para forzar la visita, prefiero dejar aquí el comentario. Eso sin contar que, como muchas veces ya he apuntado, el espacio de esta página es el que es y no da para mucho más.

En cualquier caso, que conste: salí de allí con una mezcla de mala conciencia, por no haber visitado antes el edificio, sorpresa, porque tenía que haberse caído, satisfacción, porque tenemos aquí obra digna de verse, aunque no sea de las más apreciadas de Gaudí (peor para ellos), y agradecimiento a todos los que intervinieron, muchos por cierto, por haberla puesto en valor y a nuestra disposición.


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