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La campa en campaña

25/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Cada Día de Villalar Castilla y León es una bandera asfixiada entre cientos de banderas con siglas, una campa de pueblo convertida en la Puerta del Sol de las manifestaciones y es una Feria de Abril con dulzainas entre las casetas del folclore político y sindical con olor a panceta. Cada Día de Villalar Castilla y León es un trámite con el que cumplir a pesar de que amenace la lluvia y la primavera se haya puesto fría. A pesar de que nos pille entre dos debates, a cinco días de unas elecciones generales, con ojeras de los que cerraron sus listas para el 26 de mayo unas pocas horas antes y todavía resucitando de la Semana Santa. La fiesta del Día de la Comunidad se ha ido lavando de emociones y arrinconando los sentimientos para ser una mañana comprometida con la burocracia del autonomismo. A la campa no se puede faltar aunque nadie sabe muy bien nunca por qué ha ido.

Tenía Villalar hace unos años algo de orgullo de derrota, un poco de desafío, algo de rebeldía. Tenía eso de pasear por la campa aire de valentía, de heroica de la libertad y de milagro pagano que presume de juntar agua y aceite. De combinar castillos y leones, charranes y rosas, palestinos y pantalones chinos. Que uno iba a llegando hasta el municipio y el campo se desangraba en amapolas anticipándose a las ofrendas ante el monolito. Este martes a los lados de la carretera solo emergían chillones parches de colza aplastados por un cielo plomizo y con sabor a lluvia que dejó en trece mil los que llegaron para recordar aquella revuelta tras la cual Castilla no se ha vuelto a levantar.

No estuvo Juan Vicente Herrera, que el proceso de desvanecimiento público del todavía presidente de la Junta de Castilla y León encontró en la enfermedad un aliado coyuntural. Y así el presidente que volvió a llevar al PP a la campa se despidió con su ausencia y dejando allí a los populares encerrados en la carpa institucional de la Fundación Villalar (anomalías de esta fiesta donde la carpa de todos solo la pisa el PP). Juntos pero no revueltos, que a pesar de los líos de las listas autonómicas y municipales en el partido «no hay tensiones» según Alfonso Fernández Mañueco aunque sí algunas muecas y cargos mordiéndose la lengua. Escuchando con atención la intervención de oficinista del presidente de las Cortes, Ángel Ibáñez y con el susto en el cuerpo cuando un comunero desarrapado y desdentado (un actor que debió entender que Bravo, Padilla y Maldonado vivían en Barrio Sésamo) mentó a Bárcenas y se hizo ese silencio espeso e incómodo de lo inoportuno. Mientras se sucedían afuera las procesiones ateas de las izquierdas al monolito, calle arriba y pueblo abajo, de las ferias a la plaza. Agitaban fuerte sus banderas que al menos hoy les sopla a favor el viento de las encuestas.

Espero que nadie intente entender Castilla y León con una visita a la campa de Villalar. Un proyecto de éxito en la cooperación y la convivencia que nada tiene que ver con las caravanas de partido o sindicato empeñadas en no cruzarse nunca y resguardadas cada una en su carpa. Que antes al menos había insultos y Herrera madrugaba mucho para esquivar pedradas. Al menos era difícil escucharse ante el pitido de manifestantes y se leía un manifiesto que costaba consensuar pero que obligaba al diálogo entre distintos. No añoro un Villalar conflictivo, pero sí una fiesta de tensiones contenidas, de luchar lo que nos une y nos permitirá conquistar el futuro. Solo hay algo peor de una familia que no discute, una que se ignora.
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