dario-prieto.jpg

La calzada romana

02/04/2023
 Actualizado a 02/04/2023
Guardar
Examínense un momento. Piensen en que les solivianta más: la maldad o la estupidez. Sí, sí, el debate es viejo. Así que acotamos un poco más: Qué disculpan antes, una ley ejecutada a sabiendas de que va a suponer un perjuicio para una parte de la ciudadanía o bien otra normativa que provoca daños debido a la incompetencia de quien la redactó. A la espera de recibir los resultados de sus votaciones, no es demasiado aventurado decir que los malvados tienen hoy mejor reputación que los inútiles. De hecho, se aplaude y hasta admira (incluso por parte de los propios perjudicados) a quien responde de manera chulesca con un «¿y qué?» cuando le afean algo. En cambio, ay del pobre gañán que mete la pata.

Cuesta creer que Luis Antonio Cenador y Consuelo Prieto -alcaldes, respectivamente, de Castrocalbón y San Esteban de Nogales- autorizasen con sus firmas la destrucción de un kilómetro de la calzada romana «mejor conservada de España» (dato éste que se da por bueno, salvo que alguien diga lo contrario) a mala fe. Que cuando estampasen su firma en el documento oficial dijesen: «Os jodéis, romanos de mierda. Ésta va por vosotros, astures. Y también por los vadinienses». Y saliesen corriendo, agitando el papelote hasta donde el hombre que manejó la maquinaria (seguramente un tractor, acaso una pala, sabe Dios cuántos vehículos más) gritando: «¡Venancio! [por decir un nombre aleatorio, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia] Llegó la hora de nuestra venganza. Que no quede una puta piedra de las que puso esa raza maldita que nos impuso su latín asqueroso. ¡Hazlo por Viriato! Y no te olvides de cagarte en Vespasiano, en todos sus muertos y en su descendencia».

Tampoco es probable que haya pasado lo que sucede tantas veces. A saber: un paisano con un pañuelo atado en la cabeza con cuatro nudos que pica el suelo con una ‘hilti’ o una piqueta o incluso con una azada, para reformar una bodega o hacer más grande un garaje, y que de repente oye: clonc. Y ahí está: unas piedras que forman algo parecido a un muro, que puede ser de 1920 o del siglo I antes de Nuestro Señor Jesucristo. Y en esto que viene el capataz o quien toque, mira a los ojos al paisano, bajo los cuatro nudos de su pañuelo, y sin que nadie diga una palabra ya se sabe lo que va a ocurrir: una generosa capa de hormigón y aquí no ha pasado nada. Lo que sea con tal de ahorrarse los farragosos procesos de peritos, arqueólogos, retrasos y demás.

Lo más seguro es que haya sido, sencillamente, la cutrez habitual que campa a sus anchas por este medio millón de kilómetros cuadrados donde vivimos. Que un monumento que ha aguantado millones de kilos pasando por encima, terremotos y otros desastres naturales, guerras e invasiones… sucumba finalmente por la ineptitud del siglo XXI.
Lo más leído