La calle Carreras, camino de su restauración (año 2022)

Por José María Fernández Chimeno

31/05/2022
 Actualizado a 31/05/2022
La calle Carreras en 1910. | AYUNTAMIENTO DE LEÓN
La calle Carreras en 1910. | AYUNTAMIENTO DE LEÓN
En el momento en que los siete cubos de la muralla sitos en la calle Carreras de León eran destruidos por la piqueta a primeros del siglo XX, imperaban en las teorías de la restauración  –que no de demolición– de los edificios o monumentos más representativos de cada nación, dos modelos de intervención totalmente opuestos. Partimos de la opinión de dos grandes teóricos del arte, en el siglo XIX: la del francés Eugene Viollet-Le-Duc (1814-1879) tenía mucho que ver con la «restauración estilística», que nace a raíz de la Revolución Francesa (1789), donde «restaurar un edificio significa restablecerlo en un grado de integridad que pudo no haber tenido jamás»; mientras que la del inglés John Ruskin (1819-1900) consistía en una «restauración romántica» que se caracteriza porque «la restauración es la más completa destrucción que puede sufrir un edificio, preservar es el legado más precioso de la arquitectura de épocas pasadas».

Es decir, si Viollet-Le-Duc parte de un análisis exhaustivo de la historia de los edificios, del estilo, del periodo y contexto en que habían sido realizados para lograr una «restauración idílica» que quizá nunca llegó a tener; Ruskin, en su actitud romántica, exalta la belleza de la pátina del tiempo sobre los materiales y señala que si solo hay ruinas, estas se deben conversar y, así, «dejar morir los monumentos con dignidad». De ambas teorías de la restauración, la provincia de León tiene ejemplos notables. Del primero cuando el arquitecto restaurador Juan de Madrazo se basó en los dogmas que Viollet-Le-Duc aplicó en Notre Dame de París, entre otras catedrales francesas, a la hora de salvar de su seguro derrumbe e intervenir en su conservación a la catedral de Santa María de la Regla. Del segundo ejemplo bastaría con nombrar una larga lista de iglesias, monasterios, etc. diseminados a lo largo y ancho del vasto territorio leonés.

Dicho esto, lo que luego sucedió con «los cubos» de la calle Carreras fue un atentado al patrimonio artístico de la ciudad, donde el Ayto. de León vio en su destrucción la solución a todos los males, cuando, «en ese afán por querer incorporarse a la modernidad, que siempre han demandado los leoneses (a veces mal entendido), sucedió que, cuando el concejal del Ayto. D. Mariano Sanz Hernández fue nombrado alcalde de León, el 25 de octubre de 1892 […] y en Sesión ordinaria, de 5 de enero de 1893, se notificaba: «que tras celebrarse sin resultado dos subastas para el suministro de morrillo con destino a las obras en que se han de ocupar los obreros, porque los acarreadores se obstinan en que el precio sea de dos pesetas el metro (cubico), fuera de lo que la Comisión propuso y el Ayuntamiento acordó; que en la calle de la Carrera (actual calle Carreras) hay algunos cubos de muralla que pueden derribarse, lo que proporcionaría material y trabajo a los obreros y también el ensanche de dicha vía…». [ver artículo en la LNC, titulado ‘La Calle Carreras vs Ronda Interior (del siglo XIX al XXI)’ (08-05-21)]Una vez perpetrado el atentado a nadie importó que «los cubos» permanecieran mutilados durante más de un siglo (para ser justo, diré que hubo un concejal llamado Joaquín Ruiz que se mostró partidario de «…la conservación de los cubos; que sirven de ornato y recuerdo»). Ciertamente, el recuerdo de una muralla tardorromana o medieval, que antaño fue mutilada por intereses económicos, es lo único que nos queda hoy en día a los leoneses. ¿O quizás no?Lo cierto es que luego de un lapso de más de veinte años de espera a que la ampliación de la Ronda Interior se llevara a cabo, liberando a la calle Carreras del intenso tráfico a que estaba sometida, como si de una larga condena se tratase, hoy asistimos a su recuperación como vía histórica que es perentorio el conservar para que sirva de «ornato y recuerdo» a futuras generaciones de leoneses. ¡Por fin tendremos una vía peatonal que permitirá trazar un circuito turístico, desde el ábside de la catedral hasta la Puerta de Pelayo (Arco de la Cárcel) o incluso más allá, hasta la Era del Moro y el Molino Sidrón!Mas, ahora surge el dilema de cómo llevar a cabo la citada restauración. Lógicamente las teorías de Viollet-Le-Duc (restauración estilística) o de John Ruskin (restauración romántica) hoy en día no tienen cabida entre los nuevos criterios de restauración. No fueron las únicas aplicadas a la restauración del monumento a conservar durante el siglo XIX. Les sucedió la denominada «restauración histórica» propuesta por William Morris (1834-1896), quien en 1877 fundó la Sociedad para la protección de edificios antiguos (SPAB) en Gran Bretaña; donde se justificaba la eliminación de añadidos a épocas posteriores a su construcción. En este caso se tendría que demoler la Puerta de San Albito  y restaurar el lienzo de muralla que ocupa; algo impensable.No obstante, al comienzo del siglo XX los nuevos teóricos de la restauración, como Camilo Botio, indican que los edificios deben ser «antes consolidados que restaurados» y se han de poner en valor el respeto a las capas históricas añadidas. Advierten de la inconveniencia de realizar añadidos, pero con la diferenciación estilística entre lo nuevo y lo viejo (claramente se advierte la diferencia entre los materiales de la Puerta de San Albito del resto de la muralla), he indicar mediante un signo/sello la fecha de su restauración (algo que falta en este caso); pero se insiste en respetar la pátina que han adquirido los materiales a través del tiempo.

También determina que en el caso de encontrarse objetos de valor en el transcurso de las obras, estos deben ser expuestos en el mismo edificio o acondicionar un pequeño «museo de sitio»; además de la documentación a través de fotos y de planos, dejando testimonio de todo. Es esta «restauración científica» la que imperó en todo el siglo pasado, y con Gustavo Giovannoni la actuación sobre los monumentos dio un paso más, con aspectos ambientales y contextuales, ligándose a la creciente valoración del arquitecto, que, además, es urbanista y restaurador.

En este sentido, la conservación de la muralla de la calle Carreras debe ser insertada en un plan de ordenamiento urbano, sin desentonar de todo el sector antiguo y en el caso de que la consolidación lo requiera, recurrir a la recomposición o anastilosis, pero los agregados deben realizarse con elementos neutros y abstractos. Por ejemplo, muchos verían con buenos ojos que la restauración de los cubos, mutilados hace más de un siglo, fuera completa, incluso hasta su recuperación volumétrica.

Giovannoni fue parte esencial en la redacción de la 'Carta de Atenas' (1931) y, además, promotor de la 'Carta del Restauro' (1931); pero, después de dos Guerras Mundiales, sus propuestas se revelaron inadecuadas debido a su complejidad, tiempos y costes.

Restablecida la paz en Europa, se impone la teoría de la restauración de Cesare Brandi, primer director del Instituto Centrale per il Restauro (Italia), partiendo de que «toda obra de arte tiene dos valores esenciales: uno histórico, que documenta la historia de la humanidad, y otro estético, que presenta una coherencia formal que le confiere una unicidad» (‘Posturas críticas y teóricas de la restauración’ / Romina Mariel Fiorentino). Desde los años 50 y 60, y en el contexto de un desarrollismo desenfrenado y una mal entendida modernidad, se reconstruyeron numerosos monumentos con intervenciones de baja calidad. Pudo ser el caso de los cubos de la calle Carreras, si las expropiaciones necesarias para prolongar la Ronda Interior se hubieran llevado a cabo en tiempo y forma; pero su demora en más de veinte años, por diversas circunstancias que no vienen al caso recordar, los ha preservado de una burda reconstrucción.

Previamente se había aprobado la ‘Carta de Venecia’ (1964), que tuvo el respaldo de la Unesco y constituye el documento más universal del siglo XX, significando una evolución respecto a la ‘Carta de Atenas’. Le sucedieron otras muchas, hasta llegar a la ‘Carta de Cracovia’ (2000), dando cuenta del dinamismo que tiene la restauración y del concepto de patrimonio, cada vez más y más amplio. Es de destacar el valor que se da a las arquitecturas vernáculas y conjuntos edilicios. Con ello se supera el concepto de monumento para abarcar otros más amplios como los ámbitos urbanos y rurales, los valores inmateriales o intangibles. Esto ratifica la necesidad de restaurar o proteger el monumento en su ambiente, facilitando la accesibilidad universal; para lo cual habrán de eliminarse obstáculos como bordillos, y todos los pavimentos peatonales deberán de estar al mismo nivel que las zonas verdes.

¡Un espacio urbano recuperado para los viandantes! Mas, ¿cómo llevarlo a cabo? Quizá lo más adecuado para la restauración de los siete cubos de la calle Carreras sea marcar su forma semicircular, con materiales diferentes a los del resto de la pavimentación, pero al mismo nivel, como exige la accesibilidad universal (el Plan Director de las Murallas de León, de 2008, admite esta solución). No obstante, el ocultar las bases de los cubos con sillares genuinamente romanos por si en un «futuro se decide intervenir», suscita otro debate, ya que no todos los arqueólogos o historiadores del Arte opinan igual, pues los hay que prefieren dejar a la vista los restos hallados, «como testimonio de la historia más bella y antigua de la ciudad» e incluso su recuperación volumétrica con materiales claramente diferenciados de los originales (anastilosis).

Una u otra solución son perfectamente asumibles, tan solo depende la decisión a tomar por la Comisión Territorial de Patrimonio de «su complejidad, tiempos y costes»; pero lo que no se vería con agrado por todos los leoneses es que esta polémica y confrontación de opiniones se impusieran a los plazos fijados para su finalización, y las obras de restauración se demoraran ‘per se’.
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