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La caja que atonta

28/03/2021
 Actualizado a 28/03/2021
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Antes era cosa de algunas cadenas privadas, pero últimamente te encuentras con faltas ortográficas y errores gramaticales en cualquier canal público, hasta en el de 24 horas. Es un bochorno, una afrenta pertinaz. Abres los ojos incrédulos al leer los rótulos y notas que acompañan o resumen las imágenes, o las declaraciones de los tertulianos y te quedas pasmado. No se trata solo de la inveterada ausencia de tildes (convertidas en una especie de alimañas que nadie quiere ver amontonándose sobre las letras), sino frases cuya puntuación cambia el sentido de lo que se quiere expresar o, directamente, lo vuelven incomprensible. Te preguntas si la culpa la tiene un becario mal pagado que pasó sin pena ni gloria por la LOGSE y la Universidad (o de quien debería revisar sus textos), pero de fondo se trata de algo mucho peor: de una rotunda y asombrosa falta de respeto. Les importa una higa lo que exijan los televidentes. Es más, se los deben imaginar como consumidores estólidos y gregarios, acostumbrados a tolerar cualquier mierda que les programen. Total, si no hacen más que tragar fake news de los líderes a quienes votan, poco les afligirá que nos tomemos a solfa el castellano. Si alguno pierde la confianza en nosotros, que cambien de cadena, hay basura donde elegir. La confianza se convierte en algo rancio y difuso que a nadie inspira ni ampara. Pero las consecuencias pueden ser demoledoras: cuando no te puedes fiar ni de lo que te ponen por escrito técnicos públicos, vale cualquier indecencia. Parafraseando a Dostoyevski en Los hermanos Karamazov: «Si la gramática no existe, todo está permitido». Luego nos extraña que la gente no se crea ni lo que dicen las autoridades sanitarias: el esperpento montado con la administración de cierta vacuna recientemente, es un vivo ejemplo de ello. Llegará el día (ya está ocurriendo) en que la mayoría de las cosas, especialmente las que no adquieran la docena de listos que manejan este cotarro, sean indignas de confianza.

No lo digo ya por los condones, las ollas a presión o los zapatos de plataforma que se compren ustedes, si no por asuntos más graves y delicados: los hospitales donde entras con un cólico, por ejemplo, o esos otros donde dejas a tu madre al cuidado de unos desconocidos al inicio de una pandemia. Que Satán nos coja confinados, que escribirían en la tele.
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