La cabeza de San Pedro y la arqueología

Por José Javier Carrasco

17/01/2023
 Actualizado a 17/01/2023
Busto romano que se encuentra en el Museo de León y que estuvo en la espadaña de la iglesia de Quintana del Marco. | SAÚL ARÉN
Busto romano que se encuentra en el Museo de León y que estuvo en la espadaña de la iglesia de Quintana del Marco. | SAÚL ARÉN
Entre los personajes del relato de terror ‘La Venus de Ille’, Merimé (1803-1870) incluye a Peyrihorade, un rico propietario de esa localidad francesa, cuya afición son las antigüedades. En una de sus tierras, al desarraigar un olivo, descubren enterrada una estatua de bronce. Peyrihorade supone que la figura representa a Venus y es obra de un descendiente del escultor Mirón. Su conjetura, casi irrebatible certeza, se basa en una inscripción en el pedestal de la estatua – «Cave amanten» – y en la leyenda – «Veneri Turbul/ Eutiches Myro/ Imperio Ficet» – escrita en letra cursiva en uno de sus brazos. Cierta presuntuosa erudición y el fervor por los vestigios del pasado son rasgos característicos de esos personajes: «¡Eh! querido huésped – me dijo el señor de Peyrihorade cuando estábamos terminando de cenar –, usted me pertenece; está en mi casa. No le voy a soltar hasta que haya visto todas las cosas curiosas que tenemos en nuestras montañas. Tiene que aprender a conocer nuestro Rosellón para hacerle justicia. No puede ni imaginarse lo mucho que vamos a enseñarle. Monumentos celtas, fenicios, romanos, árabes, bizantinos; lo verá usted todo, desde el cedro hasta el hisopo. Le llevaré a todas partes, y no le perdonaré ni un ladrillo». Les caracteriza, además, el obsesivo empeño en hacer a los demás partícipes de esa devoción.

El año 1899 Pascual Vivas, vecino de Quintana del Marco, encontraba un busto que se creyó reproducía a San Pedro y por ese motivo fue encajonado en la espadaña de la iglesia del pueblo. Nuevos hallazgos revelaron la existencia del domus de Villares, una villa de la época tardorromana (siglos III-IV), declarada Bien de Interés Cultural en 1996. En 1867 se creó el Museo Arqueológico Nacional y durante el segundo año del sexenio revolucionario, en 1869, el Museo Arqueológico de León. Entre las finalidades de estos museos estaba reunir las colecciones de antigüedades dispersas y ponerlas al servicio de los ciudadanos, contribuyendo a su formación e instrucción. Una muestra de la posible indeterminación de sus funciones es la suerte del busto que permaneció en la iglesia de Quintana del Marco hasta su sustracción en febrero de 2013. Seis meses después la Guardia Civil detenía a los ladrones. La escultura fue confiada entonces al Museo de León. En el mes de diciembre del mismo año, el episcopado de Astorga reclamaba su devolución y señalaba un posible destino, el Museo de los Caminos en el Palacio Gaudí de Astorga. La cuestión quedó zanjada con la entrega a la diócesis de una réplica de la pieza original.

De una actividad promovida por príncipes renacentistas y encaminada al hallazgo de antigüedades, la arqueología ha derivado en una disciplina científica con métodos de trabajo donde no se deja nada a la improvisación, bajo el patronazgo de instituciones académicas de prestigio. Así todo, continúa siendo la actividad interdisciplinar, compleja, especializada y silenciosa, – lejos de la imagen aventurera de las películas de Indiana Jones –, de aquel cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios dependiente del Ministerio de Fomento, creado en 1867 y que en 1897, dos años antes del hallazgo fortuito de Pascual Vivas, pasó a denominarse de Arqueólogos. La Venus de Ille acabó fundida y transformada en una campana de iglesia – el hombre propone y Dios dispone – , y la supuesta cabeza de San Pedro, en el museo que en principio le correspondía.
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