La bodega del Niño

Entrar en la bodega del Niño –que en tiempos fue ‘la del Alcalde’–, en Cacabelos, supone de alguna manera ‘viajar’ al pasado… entre otras cosas porque se mantiene prácticamente tal y como se encontraba hace muchos años. «Bueno, ahora el suelo no es de tierra», precisaba su propietario, el ‘Niño’ –que dejó de ser tal hace ya unas cuantas décadas– cuando estuve por allí hace un tiempo. Si te coincide, no dejes de acercarte. Se encuentra en la calle de las Angustias, junto a la iglesia parroquial, al lado mismo de la plaza Mayor; y abre generalmente a mediodía.

Pero, aun con algunos cambios –digamos, necesarios–, no deja uno de sentirse en otra época, a lo que ayudan viejas cubas que solo sirven hoy como decoración o calabazas colgadas del techo; y, si me apuras, también los precios: «Vino, corto, mosto, dorito: 0,50 euros» reza un cartel, no lejos de otro que es a un tiempo aviso y consejo: «No tenemos wi-fi. Hablen entre ustedes». El ‘dorito’, por si no lo sabes, es un vasín de cocacola –tipo ‘butano’, vamos–, que tiene también su historia: era lo que pedía Heliodoro Ordás –a quien todos llamaban Dorito; un hombre muy conocido por su labor en la rehabilitación de alcohólicos– que había dejado de beber alcohol, pero nunca abandonó la vida social.

Yo opté por probar el vino –el tinto y el blanco–, que es de cosecha propia. Así lo anuncia una bandera blanca en la fachada, la única que queda ya en Cacabelos. Hace tiempo –recordaba el Niño– ondeaba también en otras bodegas pero, con los años, han ido cerrando. «Y a ver lo que duro yo –me decía–, que la vida ha cambiado mucho…»; y tampoco tiene quien le suceda al frente del negocio, que esa es otra… Sobre la barra, por cierto, había unas bandejas con pan y chorizo –que siempre se agradece– para acompañar al vino; un vino del que, además, compré un par de botellas –dos euros costaban, si no recuerdo mal–, y así me llevé a casa una parte de la esencia de esta tierra. Y hoy mismo, por qué no, es un buen día para sacarlo.